Siempre,
siempre me fue mal, pero ya no estoy para quejarme. Espero al médico para una
revisión cardiaca de rutina y aquí, en esta salita de consultorio, recordé la
serie de lotería. Aquello ocurrió hace quince años, en la antesala del
oculista. Esperaba mi turno cuando vi en una silla aledaña la sección deportiva
de La Opinión. La tomé casi desganadamente y allí apareció la tira de
billetes. La secretaria del doctor andaba en otro lado, yo era el único
paciente en espera de turno, así que nadie podía verme y tomé la tira. Mi vista
estaba muy dañada, los lentes ya no me servían de mucho pero pude ver que se
trataba de una serie vigente. Supuse que otro cliente la había dejado olvidada,
o era del médico o de la secretaria, daba lo mismo, y decidí quedármela. Cargaba
una carpeta con los papeles de mi liquidación, pues luego de ver al
especialista yo debía pasar por los miserables pesos que me tocaban luego del
despido. Mi situación era realmente complicada. Casado y con un hijo en edad
escolar, me habían echado de la empresa luego de siete años de trabajo. Estaba
hasta el tope de deudas y mi ojo izquierdo requería con cierta urgencia una
intervención quirúrgica. La plata que me darían por el recorte no iba a durar
ni dos meses, así que debía conseguir otra chamba de inmediato. Fue entonces
cuando decidí gastar unos pesos en el examen, pues si le daba más largas, me
había dicho el oftalmólogo, podía perder la vista de un ojo. Y en el
consultorio, en aquella visita, hallé la tira de billetes que poco después
me dio la sorpresa. Dejé la serie en la carpeta durante dos semanas y una de
esas tardes vi un anuncio de Melate y eso me llevó a recordar la tira. Nunca
fui buen comprador de esos sueños desesperados por hacerse rico, pero sabía que
era necesario revisar en algún periódico o directamente en la Lotería Nacional.
Fui al centro y al revisar la sábana se me vino encima toda la alegría de que
era capaz este mundo: la serie estaba premiada. Temí que me descubrieran, así
que espere tres semanas para cobrar. Hice todos los trámites y fue maravilloso,
casi de infarto, el cheque que recibí. Traté de no hacer evidente mi nueva
condición, pues desde allí supe que se habían acabado todos o casi todos los
problemas. Mejoré la casa, compré dos coches austeros pero nuevos, cambié al
pequeño de colegio y compré cinco taxis que afortunadamente fueron generando
las ganancias suficientes como para vivir de eso. Ahora traigo un problema
cardiaco, es verdad, pero sigue habiendo con qué atenderlo. Sé que estas
historias suelen terminar mal, pero ésta todavía no.