Pensé que había
muerto, pero su presencia aquí, en el restaurante, casi al lado mío,
histriónico y como siempre muy conversador, recordaba la sobada frase de la
yerba mala que nunca iba a morir. Por supuesto que los años ya le habían
propinado una golpiza, que las canas, las entradas, las arrugas y la
barriguilla correspondían ahora a sus setenta. Conservaba, eso sí, la posición
bien erguida, el cuello siempre tirante de los chaparros y el porte estudiado
que reforzaba con el saco esport y la camisa sin corbata. Jamás olvidé “sus
secretos”, la técnica persuasiva que alguna vez, hace treinta años, quiso
enseñarme. “Mira, Rosalío, lo primero que debemos hacer es cambiarte el nombre.
Un líder así llamado jamás avanzará lo suficiente”, fue lo primero que
recomendó al aceptarme como adepto. Me sugirió un nombre ordinario, luego una
inicial enigmática y al final mi verdadero apellido. “Puedes llamarte Carlos Y.
Ortega”, dijo. Luego me explicó el truco: “Carlos es un nombre sencillo, y
luego viene la ‘Y’ que desconcierta: por supuesto que te preguntarán y tú dirás
que significa ‘Ybrahim’, pero que no te gusta usarlo, y así tus discípulos
sentirán que acceden a tu mundo íntimo, que se adueñan de una ‘clave’”. El
Maestro había creado un sistema de mensajes sutiles para convencer a la
juventud sin que ella lo notara. “El uso del saco esport te da autoridad, pero
jamás lo complementes con corbata. Los jóvenes perciben al hombre de corbata
como remoto, como inalcanzable. El saco te deja a medio camino entre lo lejano
y lo próximo, el sitio ideal en el que debe colocarse todo gran líder,
Rosalío”. Su teoría de la Gran Conversión atravesaba sin solución de
continuidad como diez o quince religiones alarmistas a las que aderezó con
preceptos de su delirante cosecha. Por supuesto que la ensalada era
aberrante, pero de eso me di cuenta algo después, cuando abandoné el grupo y
comencé a leer. Siempre impartidas en cafés sombríos, las clases de Maestro —él
las llamaba “iluminaciones”— buscaban adherentes a una causa que jamás me quedó
clara y que obviamente no prosperó. Hoy el Maestro no podría reconocerme, y al
oírlo cerca de mi mesa no puedo sino asombrarme de su parálisis, de su
estancamiento en aquel lodazal de ideas pedestres. Ya casi anciano, oí que
instruía a su discípulo: “El uso del saco esport te da autoridad, pero jamás lo
complementes con corbata. Los jóvenes perciben al hombre de corbata como
remoto, como inalcanzable. El saco te deja a medio camino entre lo lejano y lo
próximo, el sitio ideal en el que debe colocarse todo gran líder,
Carmelo”.