Supongamos que un tipo al que llamaremos Juan llega un día
cualquiera a la oficina. Supongamos también que afuera ha estacionado
un coche de lujo último modelo. Supongamos que lo acaba de comprar, que luego
de muchos sacrificios ha reunido la cantidad suficiente para pagar el enganche
y sacarlo de la agencia. Supongamos que tendrá muchas dificultades para pagar
los abonos, pero si no hay contratiempos —una enfermedad, un accidente,
cualquier imprevisto de los que nunca faltan en este país acuchillado siempre
por el azar— logrará pagarlo en tres sacrificados años. Supongamos ahora que un
compañero de oficina, llamémosle Luis, lo envidia de inmediato porque es lógico
envidiar a un compañero de trabajo que de sorpresa trae un último modelo y
además porque entre los dos hay, supongamos, una rivalidad inconfesa, todavía
no declarada. Supongamos que ambos se tienen recelo porque los dos han
mantenido en pie una misma aspiración: conquistar a Ruth, una compañera de
oficina supongamos muy bonita. Ahora pasemos a suponer que Juan se adelanta
porque un coche nuevo no sólo sirve para avanzar en las calles, sino también en
cualquier otro ámbito de la vida. Ruth da la impresión, supongamos, de que
muestra alguna preferencia por Juan, y es entonces cuando, supongamos, Luis se
engalla y decide pisar a fondo el acelerador (en su caso metafórico, pues no
tiene auto). No sabe qué hacer, sólo sabe que de golpe lo invadió una
desesperación que no conocía: el coche nuevo de Juan fue el detonante de una
angustia definitiva. Nota que Juan confía demasiado en su joya de metal y es
allí donde Luis, supongamos, pone en marcha un plan. La suerte lo favorece,
supongamos: descubre por accidente que Ruth va los sábados a un curso de
repostería fina, y en tres días Luis estudia todo lo que se debe saber sobre
ese tema. El mismo sábado llega al curso, se inscribe, y cuando aparece Ruth se
encuentran como por accidente. Sin que ella lo note, Luis le demuestra que
conoce el asunto, sabe de ingredientes y utensilios, termina la sesión y
al rato salen a un café. A partir de allí, supongamos, Ruth va siendo enamorada
por Luis, quien no necesita un último modelo para desbancar a su rival. Termina
así, supongamos, como novio de Ruth. Ahora bien, supongamos que nadie cree
esta historia. Supongamos que en realidad Juan conquista a Ruth con apabullante
facilidad y Luis es brutalmente marginado. Supongamos que de nada sirven las
clases de repostería, ni la fe de Luis ni el buen corazón de los lectores.
Supongamos que un BMW lo mata todo.