Pensé alguna vez, en 2009, que la frase de César Garizurieta jamás iba a ser superada. Él era conocido con el apodo de El Tlacuache y más conocido todavía por haber acuñado la máxima máxima de la sabiduría cínica mexicana: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Tengo pocos datos adicionales sobre Garizurieta; sé que nació en 1904 en Tuxpan, Veracruz (la tierra de donde zarpó el Granma con rumbo a la epopeya barbuda), y que se distinguió como abogado, político y diplomático, donde confirmó en carne propia su teoría de no vivir en el error. Murió en 1961.
Pues
bien, gracias a un video pudimos ver que un periodista poblano (periodista en
un sentido sumamente laxo, hay que aclarar) acuñó una frase de ésas que merecen
estar en letras de oro y a la vista de todos, pues ilustra a la perfección el
grado de inmundicia al que ha llegado la relación entre cierto periodismo y nuestro
agusanado poder político. En esta historia ni siquiera son necesarios los nombres
propios, pues da lo mismo que sean quien sean los que se mueven en estos
albañales.
En
el video de marras (así escribían los periodistas de la vieja guardia: “de
marras”) todo es corrupto, comenzando por el lenguaje, una mezcla de insolencia
carretonera con fraseo pirruris, muy en el estilo privado y seudojocoso de
Lorenzo Córdova. Como delincuentes de pura cepa, un periodista y un político aclaran
puntos. El periodista lo chantajea: le dice al político que si no afloja diez
millones, saca a la luz una grabación. El político le explica que no tiene esa
suma, se escurre por peteneras y se hace el desconcertado mientras el
periodista le dicta cátedra casi de manera condescendiente, como lo haría un profe
sereno frente a un fósil.
Por
allí, casi al final, el periodista defeca la frase luminosa: “Mi negocio es
administrar la reputación de los periodistas”. Lo que no sabía es que el
político lo estaba videograbando, y que luego editaría el material para dar a
conocer lo que le convenía para sacarse de encima al chantajista.
Todo
aquí es pútrido: el contexto del golpeteo más bajo que arrastrarse pueda en nuestro
país, la maniobra del político que graba y exhibe a su enemigo, el prepotente
cinismo del periodista que amaga como si tuviera todos los cochinos hilos en la
mano. En fin, cierto que se trata sólo de un botón entre los muchos que
seguramente hay en la mercería, pero de todos modos, dado su valor, no es descabellado
que quede impreso a cincel para beneplácito de la eternidad: “Mi negocio es
administrar la reputación de los políticos”. Una finura.