Ayer 30 de mayo apareció esta entrevista en el diario Zócalo de Saltillo, Coahuila. Agradezco a Sylvia Georgina Estrada las preguntas y el espacio.
¿Qué significado tiene la escritura en
su vida?
Supongo
que mucha, aunque no suelo detenerme a reflexionar en esas profundidades. Más o
menos en la etapa de la preparatoria descubrí que me gustaba leer, y de allí
pasé, casi sin darme cuenta y estimulado por el misterio de las palabras ya
leídas, a borronear mis primeros textos. Como no tuve una familia vinculada a
las artes y por ello no había ninguna orientación a la mano y ni siquiera
libros, mis lecturas iniciales fueron intuitivas, desorganizadas, y eso derivó
en la escritura de cuartillas armadas casi a ciegas. Luego, ya en mi época de
estudiante universitario, trabé contacto con amigos un tanto o mucho más
adelantados en esta misma afición por leer y escribir. Ese fue el parteaguas:
encontrar buenos libros, leer con atención, aprender de las páginas visitadas
todo lo posible. Creo en suma que la escritura, para mí, es apenas una tímida y
siempre vacilante derivación de algo mucho mejor: la lectura.
¿Cómo aborda la creación de un cuento?
¿Cuál es el detonante para dar forma a una historia?
En
general obedezco una receta algo laxa para escribir un cuento, pero no tengo
ningún método para cazarlo, para acercarme a un tema “cuentístico”. Digamos que
no busco cuentos deliberadamente, sino que los cuentos me encuentran, llegan a
mí de la manera más imprevisible. A veces es una frase, a veces es un
personaje, a veces es una anécdota, a veces es una mera situación, el caso es
que, cuando se aproxima, no estoy seguro de tener un cuento a la vista, pero sí
lo sospecho, lo vislumbro como caminando desde muy lejos hacia mí, decidido a
encontrarme. Cuando llega, comienzo a escribirlo con cierta vaguedad, sin tener
muy claro cómo avanzará, pero casi seguro de su final, punto que es decisivo, a
mi parecer, en la estructura de este género. En el trance de escribir un cuento
ocurre algo misterioso: van surgiendo detalles, trazos que no estaban
predeterminados y sin embargo van sirviendo para apretar la trama. Esto que
digo no aspira a ser una fórmula, en todo caso es apenas, y de manera harto
general, la manera en la que procedo. En este sentido, el cuento es un poco
como el poema; nadie dice: “Voy a escribir un poema de tal forma y con tal
tema”. El poema aparece y el poeta obedece, escribe. El cuento es parecido:
llega y uno lo atiende. La novela y el ensayo son menos hijos del azar, pues
uno dice: “Voy a escribir un ensayo sobre la representación de Oriente en la
poesía de Octavio Paz”, o “Voy a escribir una novela policiaca ubicada en
Saltillo”, es algo más predeterminado.
¿Cuáles son los elementos que debe tener
un cuento para atrapar lectores?
Creo
que son básicamente los siguientes: buena prosa, enigma inicial, desarrollo en
el que notamos un conflicto, cierta ambigüedad en el trazado de la anécdota,
pormenores con “proyección ulterior” (cómo quería Borges) y, si es posible, una
resolución sorpresiva y congruente. Pero esto no es tampoco una receta. En todo
caso, esos elementos no sirven para atrapar a los lectores en general, sino para
atrapar a un lector en particular: yo.
En el programa de la FILA aparece que presentarás
Ojos en la sombra (Conaculta, Colección El Guardagujas, 2015)¿Por qué decidió
contar las historias de aspirantes a escritores y editores de medio pelo?
Tres
de mis libros (dos de cuentos y una novela) narran los afanes, logros y
tropiezos (sobre todo tropiezos) de personajes que se mueven en el mundillo
literario: escritores, editores, periodistas, maestros. Es un espacio en el que
trabajo, pero en el que suelo no sentirme cómodo. Sé comportarme en ese
ambiente, pero si me dan a escoger, prefiero evitarlo, no ir a reuniones y
eludir en la medida tolerable por la urbanidad todo contacto con ese medio. En
otras palabras, prefiero a las personas alejadas del bullicio y de la falsa
sociedad literaria y periodística.
Me parece que México es un país de
cuentistas, ahí están nombres como los de Juan Rulfo, Juan José Arreola o Jorge
Ibargüengoitia, por mencionar algunos. Aunque no se publiquen muchos libros de
cuento, creo que sí hay muchos lectores para este género. ¿Qué opina sobre este
planteamiento?
Opino
que en efecto hay muchos y notables cuentistas mexicanos y no mexicanos.
Lamentablemente, este género maravilloso, como todos los demás géneros, se ha
visto eclipsado por la novela. Es un fenómeno que data de muchos años atrás: si
uno quiere ser escritor a secas, se dedica a la poesía, al teatro, al cuento,
al ensayo, a la novela. Si uno quiere ser escritor famoso —aunque también aquí
todo es inseguro—, casi no hay opción: debe dedicarse a la novela y aceptar
algunas o todas las reglas del mercado.
¿Cuál es su opinión sobre la literatura
norteña? Más allá de las clasificaciones, creo que hay varios escritores
interesantes trabajando en esta parte del país...
Interesantes
y con una obra ya más que estimable, tan amplia que hoy ocupa unas dos o tres
generaciones. Hay que distinguir sin embargo al escritor norteño del escritor
norteño ya radicado en el DF o fuera de México. Si nos referimos sólo a los
primeros, son valiosas las obras de Yépez, Gabriel Trujillo y Crosthwite en el
extremo oeste, Hugo Valdés en Nuevo León, Enrique Servín en Chihuahua, Julio
Pesina en Tamaulipas, Eve Gil en Sonora, Herbert en Saltillo, Jesús Alvarado y
Alejandro Merlín en Durango, sin duda JJ Rodríguez y Élmer en Sinaloa, y claro,
los laguneros Velázquez, Reyes, Herrera y Lomas. En fin, ya son muchos y eso es
grato.