En
menos de cuatro o cinco días vimos, gracias a la magia de la comunicación chirinolera
y global, tres escenas imbéciles relacionadas con el fanatismo futbolero. La
primera en la Bombonera, estadio de Boca Juniors; la segunda en el Jalisco,
sede del Atlas de Guadalajara, y la tercera en el aeropuerto de El Prat, de
Barcelona. A su modo, de bulto, esas tres manifestaciones equivalen a lo mismo:
la intolerancia estúpida a la que ha llegado cierta afición para demostrar que
su equipo es “el mejor” y para evidenciar que en el negocio de la supremacía no
sólo se requieren goles y campeonatos cosechados en la cancha por los
jugadores, sino también la participación directa de los aficionados dispuestos
a cualquier barbaridad con tal de lastimar a quienes los contradigan, léase jugadores
o aficionados de los equipos rivales.
Vistos
por partes, advertimos que en los tres hechos hay un componente de frustración
gratuita. Al medio tiempo del Boca-River iban 0 a 0, marcador que en la vuelta
de la Libertadores clasificaba a los llamados Millonarios gracias al 1-0
obtenido en la ida. ¿Y qué pasó? Que algunos “barras” (apócope de “barrabrava”
o hincha radical) de Boca no pudieron esperar el segundo periodo y con gas
pimienta decidieron ayudar a los enemigos, pues era lógico que el agente
químico impediría la continuación del partido. Eso pasó, y junto con el escándalo,
la eliminación de Boca sin segundo tiempo, la obligación de jugar cuatro
partidos a puerta cerrada y una multa, todo por la crasa imbecilidad de cinco o
seis pelotudos, dicho esto en el caló de allá.
Durante
el domingo de Liguilla en México algunos aficionados del Atlas, atravesados por
una frustración legítima pero que jamás merecerá importancia, saltaron a la
cancha cuando las Chivas ya habían aplicado cuatro vacunas al atlismo. En lugar
de enojarse y gritar con toda la energía de sus pulmones, límite al que debe
llegar cualquier catarsis futbolística, los macacos acometieron con el fin de lastimar.
El resultado: una mayúscula ridiculización y un veto al estadio Jalisco, o sea,
nula ayuda a su equipo.
Y por estos mismos días,
lo del aeropuerto levantino, lugar donde unos aficionados del Madrid atacaron a
sus homólogos y archirrivales catalanes. En suma, una bestialidad absurda y muy
ingenua, pues sólo un cabeza chata puede atacar físicamente a otro por motivos
de futbol. Imposible concebir mayor descenso a la agresividad —sin asideros lógicos—
de parte de la mente humana, por adjetivar de algún modo la bicoca gris de esos
imbéciles.