La
intervención de teléfonos —llamada en otra parte “escucha ilegal”— es por
supuesto un delito. Que alguien ajeno a los interlocutores de un diálogo
telefónico meta su oreja y grabe representa una violación a la privacidad, y
más lo es que capte movimientos y voz en video, de ahí que muchas
instituciones, como los bancos, adviertan que al entrar en sus espacios ellas
tienen el derecho de usar cámaras. Pese a su ilegalidad, ya filtrados tienen un
poder letal y es casi imposible detener su onda destructiva y detectar a los
autores materiales e intelectuales del espionaje. Su éxito radica —hoy
principalmente gracias a las redes sociales— en el morbo que despiertan y
también, sin duda, en que se convierten en rendija por donde el ciudadano de a
pie accede por única vez al mundo íntimo de los poderosos.
Casi
como en cualquier país, México es un dechado de escuchas ilegales. Hay casos
legendarios, como el del Góber Precioso,
quien se ganó este apodo en aquella llamada telefónica que atentaba contra los
derechos de la periodista Lydia Cacho. Inolvidable también es el audio de Fox
con Fidel Castro, o el del “chamaqueado” Niño
Verde que gracias a una conversación fue catapultado a la corrupta fama de
la que hoy goza. Más recientemente, ahí están los audios absolutamente íntimos
con los que Pedro Ferriz de Con fue bombardeado por sus enemigos o el del Gran
Jefe Lorenzo Córdova.
Ahora,
en estos días electorales, dos audios (uno de ellos complementado por video)
han hecho las delicias de la morbocracia nacional. En uno, que ya comenté el
miércoles pasado, un periodista sin escrúpulos extorsiona, según él con
elegancia, a un político también sin escrúpulos. En otro, un funcionario del
gobierno del Estado de México y un empleado de la empresa constructora OHL
exhiben los modos de hacer obra pública en nuestro país: a punta de malas
artes, a punta de arreglos apegados al más oscuro manual de procedimientos
ilegales en materia de contratos.
¿Por
qué tienen éxito estos productos no nacidos en el periodismo sino en la vendetta entre grupos y particulares?
¿No deberíamos darles la espalda si de antemano sabemos que son ilegales?
Lamentablemente, eso es imposible, más en un entorno caracterizado por la lucha
de perros que van por la misma chuleta (un abrazo al Chuletita Orozco por sus
cuatro goles, añado de paso) y no cejarán en su intento por exhibir al enemigo.
En el reino del amafiamiento, de la opacidad y de la venganza como código de
conducta, el audio es rey.