En los agitados días que corren me asombra, entre otras cosas, el asombro con el que estamos admirando los acontecimientos. Dado que desde hace varios años vengo viendo la rapiña, el deterioro y la muerte como algo de todos los días, de cada año y de cada sexenio, lo único que en verdad me asombra es la tensa y larga espera que debió darse para sentir que ahora sí estamos frente a un escenario verdaderamente irritado y convencido del colapso social y político de un modelo caracterizado por su podredumbre moral.
Varios
analistas (Jorge Zepeda, Juan Villoro…) han planteado que el futuro se pinta
hoy con tonos de incertidumbre. A estas alturas, todavía en medio de la
tormenta, no es posible adivinar lo que viene ni siquiera la próxima semana.
Las piezas de un ajedrez roto se están moviendo a una velocidad que día tras
día cambia los pronósticos y modifica los perfiles del porvenir. Cierto, entonces,
que jugar a las adivinanzas no es la mejor opción en estos momentos, de ahí
que, a mi juicio, ver hacia atrás es tan importante como ver hacia adelante.
El
16 de noviembre leí un tuit que guardé porque creo que en sus pocos caracteres grafica
vertiginosamente lo que hoy está ocurriendo. Lo escribió Elisa (@tannit), y es
éste: “¿Pues qué esperaban después de 40 años de neoliberalismo
salvaje, 3 fraudes electorales (2 seguidos) y 120 mil muertos? ¿Besos y
abrazos?”. La apretada síntesis de este tuit subraya, me atrevo a decir que de
manera deslumbrante, casi monterroseana, tres de las causas principales, si no
es que las principales a secas, de lo que sucede en esta zarandeada coyuntura:
1) La larga noche padecida por la economía, la desangrada
economía de nuestro riquísimo país, ha sido una noche que incluye, obvio,
inflación, desempleo, bajo crecimiento, aumento sin pausa de la población en
pobreza extrema, indefensión laboral, abusos del sistema financiero, crecimiento
de la economía informal, deterioro de los servicios públicos y, en general,
empeoramiento de la calidad de vida de la mayoría de los mexicanos;
2) Efectivamente, la “izquierda” que según cierta prensa
(esa prensa siempre embusteramente preocupada por la salud del flanco
ideológico “progresista”) se ha caracterizado por sus cochineros, por sus
pugnas intestinas, su mesianismo y su proclividad a la violencia, ha ganado,
pese a todo, tres veces la presidencia de la República y en las tres ocasiones operó
la mano negra: o cayó el sistema o pasó “algo raro” en la recta final del
cómputo o se evidenció que “los ganadores” gastaron doce veces arriba del tope
de campaña, todo metido en la licuadora de un aparato electoral cada vez más
dependiente de los grupos de poder y, por ello, parcial.
3) También, en el pasado inmediato ha cobrado creciente relieve
el componente de la violencia, tanto que ahora es lo que encendió una respuesta
social de dimensiones más que considerables, pero creo que el aumento de la criminalidad
impune es una derivación inevitable de los dos primeros factores: una política
económica despiadada con las mayorías y una cerrazón a cualquier posibilidad de
cambio político en la cresta del poder, allí donde en realidad pesan las
decisiones en un país caracterizado por su centralismo y la estructura
burocrática vertical.
Por supuesto que hay más elementos confluyendo en el crack institucional, pero no debemos
perder de vista, en estas horas de crisis, que las contradicciones no se
agudizan en treinta minutos, que todo lo que hoy vemos en términos de
irritación y reclamo ha larvado durante años, que Ayotzinapa es el atropello de
alguna manera culminante de una serie brutal de agravios cuyo origen se
confunde con el momento en el que arreció en México la instauración de un
modelo económico depredatorio, inhumano como jamás se había visto en nuestra ya
de por sí convulsa historia.