Músculo, partícula, aurícula, película, molécula, cápsula son palabras derivadas del latín. Tienen en común, como su sonoridad lo insinúa, el sufijo "ulus", que es diminutivo. De ahí que “músculo” sea “ratoncito” (por el parecido de ciertos músculos con el ratón o mus en latín, y de ahí mouse, en inglés), partícula-partecita, aurícula-orejita, película-pielecita, molécula-molecita (o pequeña mole) y cápsula-cajita. Ya pasado a una función verbal, el sustantivo cápsula es encapsular, o sea, introducir en una cajita. Echo esta maroma etimológica nomás para describir gráficamente que muchas autoridades y mucho comunicadores han hecho o querido hacer eso con el conflicto de Ayotzinapa: encerrarlo, meterlo en un recipiente muy pequeño, encapsularlo en el ámbito local.
El
propósito de la medida es, claro, salpicar lo menos posible al gobierno
federal, específicamente a Peña Nieto. Si lo ocurrido con los estudiantes se
limita al entorno de Iguala, o a lo mucho al estado de Guerrero, el gobierno
federal sale incólume de todo esto. Lo extraño del caso es que, vistas las
manifestaciones de repudio, es posible que en su percepción el ciudadano le
atribuya corresponsabilidad, de manera que en esto quedan involucrados los tres
niveles de gobierno. Ahora bien, en la lógica de cualquier culpa compartida es
muy frecuente que el acento de la acusación recaiga en el hermano mayor, de ahí
que las autoridades federales sean hasta el momento las más enfáticamente
señaladas como responsables.
Cierto
que cayó el gobernador, cierto que agarraron a la bien sembrada pareja
Abarca-Pulido y cierto que muchos funcionarios y comunicadores se han afanado
hasta el hartazgo por encapsular la masacre, pero en los hechos muchos
mexicanos se niegan a creer, se niegan incluso a pensar siquiera que en todos
estos atropellos sólo participaron actores municipales y estatales. Así sea por
omisión o dilación se afirma, en el más benévolo de los casos, que el gobierno
federal encabezado por Peña Nieto también debe ser señalado, responsabilizado.
Hay
otra razón de peso para no aceptar el encapsulamiento de la tragedia igualense:
los signos aledaños de descomposición, el contexto. Si el crimen múltiple se
hubiera dado en medio de un país en armonía, muy probablemente sería verosímil
la versión que ha puesto en marcha el gobierno mexicano: Ayotzinapa fue un
negrito en el arroz, un percance de alcance meramente local. Pero la tragedia
se ha dado entre muchas otras de semejante dimensión, cuando la de Tlatlaya
todavía está fresca, cuando Michoacán continúa en llamas, cuando Tamaulipas
sigue como siempre y cuando muchos otros focos de descomposición son signos
evidentes de que algo anda no mal, sino pésimo.
Circunscribir
el crimen al entorno local, meterlo en una cápsula y pensar que mediáticamente,
a fuerza de insistencia, se impondrá la certeza de que el actual gobierno
federal actuó bien, es en esta circunstancia un disparate que sólo refleja la
incapacidad del mismo gobierno a la hora de hacer justicia y servir con ella a
la ciudadanía. Hace rato que la situación no está para eso y, sin embargo,
mientras se reparten culpas y se maniobra con el control político de daños, el
agravio, ya de por sí grave aunque hayan buscado encapsularlo, empeora.