Luego de la marcha del 20 de noviembre es posible sacar
algunas conclusiones pertinentes sobre la cobertura mediática que recibió y,
principalmente, sobre la metodología de las protestas que vienen.
La marcha ha sido desde hace muchos años el medio de
expresión más recurrente del descontento social. Suele tener como desenlace un
mitin, a veces plantones e incluso asambleas, y sin duda representa una demostración de crítica que, más allá de las consignas específicas, pesa por sí misma sobre
todo cuando en efecto convoca multitudes.
Pero junto con sus bondades, las marchas tienen también
limitaciones. La principal es que pueden llegar a ser molestas para el
ciudadano no sumado a ellas. Este fleco ha sido explotado por los medios
adictos al poder para desacreditar el reclamo, como cuando elaboran “sondeos”
callejeros que con una edición simple, ad
hoc, dejan ver "claramente" que las manifestaciones obstruyen el
libre tránsito y por ello se convierten en una “pesadilla”.
Una desventaja más de las marchas es su desgaste. Para
que en realidad tengan un alto poder de convocatoria, las marchas, como la del
20 pasado, requieren una bandera poderosa, un punto de acuerdo fuerte, una
idea-símbolo que aglutine el malestar y mueva a la manifestación. Pero aún en
estos casos se puede dar el cansancio, el desgaste. Dado que en la naturaleza
de ciertas marchas la convocatoria es abierta, acuden a ellas lo mismo sectores
muy politizados que otros no tanto, de manera que la convocatoria a muchas
marchas seguidas corre el albur de terminar en el desdén de quienes en un
primer impulso se acercan al reclamo con convicción, pero sin ideas políticas
arraigadas.
Otro problema de las marchas radica, y aquí esto es
muy visible, en lo fácil que es "reventarlas" con infiltrados. El
juego es, por supuesto, perverso, y se atiene a la lógica más elemental del aparato
represivo: si las marchas derivan en violencia, en vandalismo, el Estado hará
uso "legitimo" de la fuerza. Por más fotos que sean hoy mostradas con
el antes (sobre camiones verde olivo) y el después (lanzando bombas molotov) de
los infiltrados, poco se logra, pues la pinza para evidenciar el
"vandalismo" de quienes marchan es cerrada por los medios adictos al
poder. En la marcha del 20 esto fue obvio: asistieron miles de manifestantes
pacíficos de todas las edades, incluso niños y ancianos, pero en ciertos medios
no dejaron de destacar las imágenes de los "anarcos" y su
encontronazo “inevitable” con el cuerpo de granaderos.
Asimismo, tras revisar en internet la prensa fuereña
uno puede ver claramente que a ella le son más atractivas las imágenes de los
disturbios focalizados en unos cuantos puntos que las de los miles de
marchistas pacíficos, de manera que en el extranjero queda enturbiada,
infectada por el vandalismo real o ficticio, la idea de protesta pacífica.
Si a todo esto añadimos el componente del castigo a
los "revoltosos", la criminalización anticonstitucional de la protesta social con el
argumento de la “desestabilización”, es fácil deducir que el recurso de la
marcha está en permanente riesgo. Ayer mismo, de golpe, algunos detenidos en la
marcha del 20 fueron acusados de “terrorismo” y llevados a cárceles de máxima
seguridad, todo como obvio, dibujado, mensaje inhibitorio para futuros
manifestantes. Ya muchos opinólogos en concierto, con una inquietud
sospechosamente preocupada, habían escrito sobre la posibilidad de que apareciera
la represión, y no se “equivocaron”.
Lo anterior mueve a pensar en la necesidad de
articular la protesta con esquemas nuevos, creativos, no tan fácilmente
saboteables. No sé cuáles pueden ser, pero intuyo que las marchas tienen puntos
demasiado vulnerables y por ello un usufructo político limitado. Pueden seguir,
claro, pero deben ser acompañadas por otras formas de lucha cívica. Y aquí es
donde la creatividad debe aparecer, manifestarse y expresar con vigor el reclamo
de los miles y miles de agraviados e inconformes.