miércoles, marzo 19, 2008

Domingo de riegues



Si no hubiera sido por el (hasta hoy presunto) triunfo del santoclós Alejandro Encinas, el domingo pasado hubiera pasado como uno de los más depresivos de los meses recientes. Lo digo sin broma. Con Encinas se garantiza, al menos, una oposición mínimamente real en el espectro político mexicano. No es la gran cosa, pero a los ceñudos politólogos que siempre exigen definiciones genuinas (como si ellos las tuvieran), Encinas y lo que representa darán mucho más batalla que Jesús Ortega, líder de la corriente denominada de “los chuchos”, ala que en el PRD se ha distinguido por su entreguismo y por su sistemática manita caida a la hora de besuquearse con la presidencia apócrifa. Bienvenido, pues, Alejandro Encinas; que sea para rehacer lo que el 2 de julio de 2006 se fue al basurero por el fraude y por el desgaste ulterior.
Pero, en el terreno de la frivolidad que no estorba tanto en vacaciones, el domingo fue de riegues debido sobre todo a tres partidos de futbol que al menos a quien esto ladra le dejaron dolor de ojos. En un estadio Corona retacado de aficionados locales y de muchos vacacionistas fuereños, el equipo de Daniel Guzmán salió con las piernas amarradas, errático, cascarero. Al contrario, los Jaguares de Chiapas hicieron bien su trabajo, jugaron con disciplina y tuvieron de vena (es “de vena”, no “de venia”, como dice un comentarista local de futbol) al negrazo Itamar Baptista. Ni hablar. La derrota provocó lo de siempre. Vi el lunes el programa de mi cuate Gómez Junco y otra vez me pareció excesivo (lo lamento, Juan) que se echara encima del Travieso. Fue un pésimo partido del Santos, pero en general he visto que funciona bien. Que cometen errores, cierto. Que no es el mejor equipo que podamos soñar, cierto. Pero de eso a engullir vivo a Guzmán, hay un buen trecho. Además, por mucho que se hable de que no hay indispensables, la verdad es que el club lagunero no es el mismo sin Ludueña. Toda proporción, es como afirmar que los Bulls de Chicago jugaban igual sin Michael Jordan, o que los 49’s de San Francisco eran lo mismo sin Joe Montana, o más fácil: que el Nápoles de Maradona podía desempeñarse igual sin el diez que le daba cohesión, creatividad y goles. No es posible. Hay equipos chicos y grandes que sin su cerebro simplemente no dan una, y eso pasa con el Santos sin Ludueña. Los comentaristas nacionales apenas se dieron cuenta hace algunas semanas de que el Hachita es el mejor extranjero que ahora juega en México. Ofrezco disculpas por la vanidad, pero un mínimo conocimiento sobre fut le deja ver a cualquiera, como lo afirmé hace buen tiempo, que Ludueña está varios peldaños arriba del promedio nacional, y sin duda es más que indispensable para los albiverdes de Santa Rita. En otras palabras, sin el ex de Ríver los de casa son como una orquesta sin director, y eso se nota.
El segundo partido interesante del domingo fue el de Cruz Azul frente al América. Soy cementero desde 1975, y es una pena serlo y no poder ganarle al América en su peor momento histórico. Qué vergüenza. Fue la oportunidad más grande que han tenido los azules para humillar a las Águilas y ya vimos lo que pasó. Otra vez salieron encogidos, timoratos, dispuestos a desperdiciar estúpidamente un chance que ni en sueños volverá a presentarse. Por ello, estoy a punto de convertirme en cruzazulino de clóset.
Y la selección. Todos se fueron encima de Hugo Sánchez y criticaron que el pentapichichi contara las “opciones” frente al marco. ¿Y qué querían? Detesto a Sánchez, me caen del asco sus fanfarronadas, pero el resultado del domingo no fue su culpa. México pudo ganar 20 a 1, y los nuestros fallaron crasamente. En eso no puede hacer nada el entrenador, así que es obtuso que nos desgañitemos para que lo pasen por la guillotina. Me dieron pena los jugadores; Hugo, esta vez, no. Lo siento.