Conocí al escritor Gerardo Monroy (Monterrey, NL, 1977) unas dos o tres semanas antes del Encuentro de Escritores Coahuilenses (en adelante EEC) celebrado en el Teatro Isauro Martínez el 7 y 8 de marzo de 2008. Desde mi primer diálogo con él, que fue breve, noté que es un joven cordial, inteligente y enfático, impetuoso al hablar. Tuve la suerte de que me regalara su primer libro, el poemario Algunas hojas, número diez de la colección La Fragua (segunda época) publicada por el Icocult Saltillo. Nada, pues, en su persona me lo presentó como amargado, como tímido, como matrero. Mi primera impresión sobre él es la misma que todavía conservo: Monroy es un buen escritor y un buen hombre. Me da gusto, por ello, considerarlo amigo y más me da gusto que él reciproque la amistad que hoy le manifiesto en público.
Esa amistad, que debe prevalecer encima de todo cuando uno debate lealmente, no fue obstáculo para que yo, sin mala leche, sin ojeriza, más bien como el camarada suyo que deseo ser, cuestionara su ponencia en el EEC. Lo hice, como oyeron muchos, al final de su lectura; había ya, en aquella sobremesa de su participación, poco tiempo para contradecirlo, y la atropellada premura de mi réplica oral apenas esbozó lo que ahora, con más calma, pretendo espigar en estos párrafos.
He escrito ya en mi columna que la ponencia de Monroy es, a mi parecer, la más polémica entre todas las que fueron despachadas en el EEC. Apenas la leí, me dio la impresión de que expresaba algunas verdades incuestionables y otras tantas imprecisiones de buen tamaño. No las llamo “mentiras”, sino “imprecisiones”, es decir, datos, interpretaciones, afirmaciones que no atinan a dar en el blanco aunque su deseo haya sido tirar el dardo con buena intención. El título de la comunicación, aislado, es contundente, pero aplicado al contenido de la ponencia parece, por decir lo menos, ambiguo: “Un agujero: inexistencia del crítico literario en la Comarca Lagunera”. Más claro no puede ser: en La Laguna no hay crítica literaria, y eso es “un agujero”. Prevenidos por ese encabezamiento, debimos prepararnos para escuchar, con pruebas, que, en efecto, nuestra región carece en absoluto de críticos literarios. El título es tan desafiante que de inmediato bullen las preguntas: ¿qué tipo de crítica literaria es la que no existe entre nosotros? ¿En qué época ubica esa laguna en La Laguna? ¿Se referirá ese título a que en este momento no hay críticos literarios nacidos o radicados en La Laguna o a que simplemente aquí nunca ha nacido o radicado algún escritor dedicado al análisis de textos? El título plantea, en suma, interrogantes gordas y cejijuntas. Para despejarlas, claro, debemos ingresar a la ponencia de Monroy.
Aunque a veces parece inevitable, no creo que la poesía, o la prosa poetizante, sirva mucho para explicar algo que debe ser despejado en términos más denotativos. Si lo que se pretende es demostrar que no hay y/o no ha habido críticos literarios en La Laguna, nada más lógico que expresarlo sin recurrir a imágenes. La afirmación es tan severa que, sospecho, es poco recomendable enunciarla con parábolas: “Para escuchar el pálpito de un hombre, hay que acercarse al pecho de otro hombre”, comienza Monroy, y por en ese mismo tono continúa su exposición. Luego describe la importancia que tiene, para él, la figura del lector. Por ese afán de explicar poetizando, no me queda claro lo que apetece develar: ¿hablará del lector o del crítico? Porque no son lo mismo; gracias a Perogrullo sabemos que un lector es un lector, y aunque ejerza una crítica desde que escoge lo que leerá y, luego, si lo quiere, al recomendar en el café lo que ha leído, no podemos enjaretarle la etiqueta de “crítico”, pues ella la hemos reservado para otro lector: el que luego de leer escribe (describe, analiza, censura, exalta, derrumba, recomienda) y publica los valores o las pobrezas que ha descubierto en lo leído. Luego entonces, y sea esto un primer deslinde básico, la crítica literaria es una opinión personal escrita y publicada por alguien sobre un texto con aspiración estética. En La crítica en la edad ateniense, uno de los ensayos indispensables de Alfonso Reyes, el regiomontano explica que, además de manifestarse de manera explícita (en monografías, por ejemplo) la crítica puede deslizarse en textos de otra índole; así, por ejemplo, Aristófanes hizo crítica literaria en sus obras, del mismo modo en el que hoy cualquier poeta, cuentista o novelista lleva implícita una “crítica literaria” en sus obras. En este sentido, hasta “El dinosaurio”, de Monterroso, ejerce una crítica, ya sabemos en este caso que a la verbosidad. La crítica es, por ello, omnipresente: elegir un género, un estilo, una corriente, un molde, inscribirse en una estética es, en sentido estricto, ejercer una crítica.
Obviamente, sé que Monroy no se refirió en su ponencia a esa crítica implícita: para él, para mí, creo que para todos, la crítica es una forma evidente, explícita de comunicación. Es un ejercicio voluntario, abierto, tan conciente, tan despierto que es imposible no identificarlo cuando lo vemos impreso en un periódico, una revista o un libro. A la propuesta de Monroy, por eso, le faltan delimitaciones más rigurosas, ésas que no puede expresar, por su necesaria brevedad, el solo título. ¿Tiene Monroy un metro para medir las parcelas de la crítica? Sin recurrir a la explicación poética, ¿puede plantear si hay un solo tipo de crítica o varios de diferente nivel y distinto propósito? Creo que el gesto delimitativo es fundamental; para mí, por ejemplo, y recurro a los extremos, la crítica más elemental es la reseña, mientras la tesis de carácter doctoral sería la más compleja. Entre ambas hay, claro, una gama amplia de niveles y de aspiraciones, tantos y con fronteras tan sutiles que siempre se escabullirán a las clasificaciones fáciles. José Luis Martínez, en su introducción a El ensayo mexicano moderno, planteó una tipología, pero siempre será imposible delimitar los cotos exactos de cada espécimen crítico. Pese a ello, un acotamiento mínimo nunca estará de más. Eso es, precisamente, lo que extraño en la ponencia de Monroy: en realidad, ¿no hay ninguna crítica literaria en La Laguna o sólo se refiere a cierta crítica? Si se refiere a lo primero, se equivoca; si a lo segundo, creo que atina: en la región actualmente no radican escritores dedicados sistemáticamente a la crítica, y, con más precisión, a cierto tipo de crítica, la académica, la especializada, la doctoral.
Pero Monroy hace tabula rasa; sin dar mayores explicaciones, afirma que ni antes ni hoy ha habido crítica, ningún tipo de crítica, entre nosotros. Nada. La Laguna ha sido y es un desierto para la crítica. A lo mucho, señala que “Algunos han pretendido contrarrestar el silencio adulando minuciosamente a sus valedores, a sus presentes o futuros amigos”. Esa es, para él, la única crítica que tenemos, la que adula para conseguir favores. No da ningún ejemplo, y creo que en este caso es necesario presentarlos puesto que la afirmación es grave. Parte del presupuesto de que todo elogio es innoble, una adulación que busca beneficios directos no sé exactamente de qué tipo (¿trabajo, becas, elogios en reciprocidad?). Hasta donde sé, y al menos en los casos que tengo más a la mano, no veo que alguien haya hecho crítica en La Laguna para encumbrarse o cobrar intereses de ninguna especie. Es cierto, en las reseñas y sobre todo en las presentaciones ha habido elogios (yo mismo los he hecho), pero a reserva de que me demuestren lo contrario, nada se ha obtenido de eso, nadie se ha hecho rico o publicado más por elogiar a alguien. Sospecho que el asunto no va por allí.
Ignoro por qué pone como modelo de crítico a Evodio Escalante. Sin regatearle ningún mérito al ensayista duranguense, uno de los mejores del país, no creo que sirva mucho a la argumentación de Monroy. Escalante hace estupenda y feroz crítica, eso nadie lo cuestiona, pero desde hace años no vive en su ciudad natal y no hace (o hace poca) crítica sobre los escritores de su ciudad. Mala o buena, la mejor y más sistemática crítica de una duranguense a los escritores de su comunidad es la que ha hecho la maestra María Rosa Fiscal; ella sí hubiera sido un buen ejemplo de lo que hoy no tenemos en La Laguna.
Porque si nos ceñimos a lo dicho por Monroy, en La Laguna hay varios, demasiados, correlatos de Escalante. Tal vez no tan famosos como Escalante, pero igualmente dedicados a ese oficio. Escritores que nacieron o radicaron aquí, pero que hoy viven fuera de nuestra región y que, aunque ahora escriben poco o nada sobre escritores laguneros, en sus respectivos lugares de radicación trabajan con empeño en esa labor. Doy algunos ejemplos.
Miguel Báez Durán, escritor regiomontano-lagunero hoy avecindado en Montreal, he escrito numerosos reseñas y ensayos antes, durante y después de haber obtenido el título de maestro en letras por la Universidad de Calgary, donde se graduó con una tesis sobre la oralidad en Pedro Páramo.
Gerardo García Muñoz (quien en el EEC fue citado fuera de ponencia por Monroy y a quien se refirió como un caso aislado y ya, por lo menos, inencontrable) escribió bastante crítica antes, durante y después de terminar su maestría y su doctorado en letras, ambos en EUA, el primero en Las Cruces, Nuevo México, y el segundo en la Arizona State University, donde por cierto se graduó con una tesis sobre novela policiaca mexicana y tuvo como sinodal a David Foster, una de las máximas autoridades literarias del vecino país.
Édgar Valencia hizo mucha reseña periodística y escribió un significativo número de ensayos de buen calado. Su tesis de maestría en la Universidad Veracruzana, sobre Alfonso Reyes, fue sancionada por el boliviano Renato Prada Oropeza, un nombre de mucho peso en la crítica académica nacional.
Fernando Fabio Sánchez se fue de La Laguna hace poco más de diez años. Gracias a sus estudios de maestría y doctorado, ambos en la Universidad de Colorado, en Boulder, ha acumulado una notable cantidad de ensayos literarios. Hace algunos años ganó el premio Abigael Bohórquez de ensayo joven.
Javier Prado Galán, doctor en filosofía por la UNAM, se ha dado tiempo para hurgar en la literatura. No es lo suyo, pero con las armas de su rigurosa disciplina nos ha dado buenos trabajos de crítica literaria.
Mauricio Beuchot Puente, también doctor en filosofía por la UNAM, se ha servido de las herramientas de la hermenéutica para indagar en textos literarios.
Esperanza Gurza, doctora en letras por la Universidad de Riverside, California, es de Torreón y ha publicado, entre otros libros, un ensayo fundamental sobre La Celestina (Lectura existencialista sobre “La Celestina”, Estudios y ensayos, colección Románica Hispánica, Gredos, Madrid, 1977).
Norma Garza Saldívar, doctora en letras por la UNAM, investiga y publica crítica literaria solvente, muy bien armada, profesional.
Y el caso más relevante, al menos en lo que toca a su reconocimiento nacional: Gilberto Prado Galán, quien gracias a sus asedios sobre laguneros y foráneos ha logrado acreditarse no como el mejor ensayista de La Laguna, sino de todo el estado de Coahuila.
En esta lista, pera no alargarme de más, dejo fuera a varios laguneros en el “exilio”. Ellos se dedican a la crítica, viven de ella. También dejo de citar a los que están (estamos) aquí, que si bien no hacemos crítica al nivel de los ya mencionados, nos acercamos con regularidad a ese ejercicio no para adular a nuestros valedores, puesto que no los hay, sino para no dejar que muera del todo la práctica, por lo común ingrata y ajena a las retribuciones, de la crítica periodística, del ensayo para revistas y congresos, del comentario que estimule le lectura del ciudadano de pie, ése que no anda metido en el mundillo de los escribidores.
Insisto, ya para cerrar este disentimiento: la intención de Gerardo Monroy me parece sana, pues intenta agitar, desaletargar, provocar que el avispero se alborote en esta zona por lo general poco dispuesta al encontronazo de opiniones. El único reparo que le pongo es que haya procedido con tan poca información sobre el tema, con demasiadas metáforas y sin advertir lo suficiente que, así sea poco, algo tenemos ya en materia de crítica y por eso “el agujero”, si es que existe, no es tan hondo.
Esa amistad, que debe prevalecer encima de todo cuando uno debate lealmente, no fue obstáculo para que yo, sin mala leche, sin ojeriza, más bien como el camarada suyo que deseo ser, cuestionara su ponencia en el EEC. Lo hice, como oyeron muchos, al final de su lectura; había ya, en aquella sobremesa de su participación, poco tiempo para contradecirlo, y la atropellada premura de mi réplica oral apenas esbozó lo que ahora, con más calma, pretendo espigar en estos párrafos.
He escrito ya en mi columna que la ponencia de Monroy es, a mi parecer, la más polémica entre todas las que fueron despachadas en el EEC. Apenas la leí, me dio la impresión de que expresaba algunas verdades incuestionables y otras tantas imprecisiones de buen tamaño. No las llamo “mentiras”, sino “imprecisiones”, es decir, datos, interpretaciones, afirmaciones que no atinan a dar en el blanco aunque su deseo haya sido tirar el dardo con buena intención. El título de la comunicación, aislado, es contundente, pero aplicado al contenido de la ponencia parece, por decir lo menos, ambiguo: “Un agujero: inexistencia del crítico literario en la Comarca Lagunera”. Más claro no puede ser: en La Laguna no hay crítica literaria, y eso es “un agujero”. Prevenidos por ese encabezamiento, debimos prepararnos para escuchar, con pruebas, que, en efecto, nuestra región carece en absoluto de críticos literarios. El título es tan desafiante que de inmediato bullen las preguntas: ¿qué tipo de crítica literaria es la que no existe entre nosotros? ¿En qué época ubica esa laguna en La Laguna? ¿Se referirá ese título a que en este momento no hay críticos literarios nacidos o radicados en La Laguna o a que simplemente aquí nunca ha nacido o radicado algún escritor dedicado al análisis de textos? El título plantea, en suma, interrogantes gordas y cejijuntas. Para despejarlas, claro, debemos ingresar a la ponencia de Monroy.
Aunque a veces parece inevitable, no creo que la poesía, o la prosa poetizante, sirva mucho para explicar algo que debe ser despejado en términos más denotativos. Si lo que se pretende es demostrar que no hay y/o no ha habido críticos literarios en La Laguna, nada más lógico que expresarlo sin recurrir a imágenes. La afirmación es tan severa que, sospecho, es poco recomendable enunciarla con parábolas: “Para escuchar el pálpito de un hombre, hay que acercarse al pecho de otro hombre”, comienza Monroy, y por en ese mismo tono continúa su exposición. Luego describe la importancia que tiene, para él, la figura del lector. Por ese afán de explicar poetizando, no me queda claro lo que apetece develar: ¿hablará del lector o del crítico? Porque no son lo mismo; gracias a Perogrullo sabemos que un lector es un lector, y aunque ejerza una crítica desde que escoge lo que leerá y, luego, si lo quiere, al recomendar en el café lo que ha leído, no podemos enjaretarle la etiqueta de “crítico”, pues ella la hemos reservado para otro lector: el que luego de leer escribe (describe, analiza, censura, exalta, derrumba, recomienda) y publica los valores o las pobrezas que ha descubierto en lo leído. Luego entonces, y sea esto un primer deslinde básico, la crítica literaria es una opinión personal escrita y publicada por alguien sobre un texto con aspiración estética. En La crítica en la edad ateniense, uno de los ensayos indispensables de Alfonso Reyes, el regiomontano explica que, además de manifestarse de manera explícita (en monografías, por ejemplo) la crítica puede deslizarse en textos de otra índole; así, por ejemplo, Aristófanes hizo crítica literaria en sus obras, del mismo modo en el que hoy cualquier poeta, cuentista o novelista lleva implícita una “crítica literaria” en sus obras. En este sentido, hasta “El dinosaurio”, de Monterroso, ejerce una crítica, ya sabemos en este caso que a la verbosidad. La crítica es, por ello, omnipresente: elegir un género, un estilo, una corriente, un molde, inscribirse en una estética es, en sentido estricto, ejercer una crítica.
Obviamente, sé que Monroy no se refirió en su ponencia a esa crítica implícita: para él, para mí, creo que para todos, la crítica es una forma evidente, explícita de comunicación. Es un ejercicio voluntario, abierto, tan conciente, tan despierto que es imposible no identificarlo cuando lo vemos impreso en un periódico, una revista o un libro. A la propuesta de Monroy, por eso, le faltan delimitaciones más rigurosas, ésas que no puede expresar, por su necesaria brevedad, el solo título. ¿Tiene Monroy un metro para medir las parcelas de la crítica? Sin recurrir a la explicación poética, ¿puede plantear si hay un solo tipo de crítica o varios de diferente nivel y distinto propósito? Creo que el gesto delimitativo es fundamental; para mí, por ejemplo, y recurro a los extremos, la crítica más elemental es la reseña, mientras la tesis de carácter doctoral sería la más compleja. Entre ambas hay, claro, una gama amplia de niveles y de aspiraciones, tantos y con fronteras tan sutiles que siempre se escabullirán a las clasificaciones fáciles. José Luis Martínez, en su introducción a El ensayo mexicano moderno, planteó una tipología, pero siempre será imposible delimitar los cotos exactos de cada espécimen crítico. Pese a ello, un acotamiento mínimo nunca estará de más. Eso es, precisamente, lo que extraño en la ponencia de Monroy: en realidad, ¿no hay ninguna crítica literaria en La Laguna o sólo se refiere a cierta crítica? Si se refiere a lo primero, se equivoca; si a lo segundo, creo que atina: en la región actualmente no radican escritores dedicados sistemáticamente a la crítica, y, con más precisión, a cierto tipo de crítica, la académica, la especializada, la doctoral.
Pero Monroy hace tabula rasa; sin dar mayores explicaciones, afirma que ni antes ni hoy ha habido crítica, ningún tipo de crítica, entre nosotros. Nada. La Laguna ha sido y es un desierto para la crítica. A lo mucho, señala que “Algunos han pretendido contrarrestar el silencio adulando minuciosamente a sus valedores, a sus presentes o futuros amigos”. Esa es, para él, la única crítica que tenemos, la que adula para conseguir favores. No da ningún ejemplo, y creo que en este caso es necesario presentarlos puesto que la afirmación es grave. Parte del presupuesto de que todo elogio es innoble, una adulación que busca beneficios directos no sé exactamente de qué tipo (¿trabajo, becas, elogios en reciprocidad?). Hasta donde sé, y al menos en los casos que tengo más a la mano, no veo que alguien haya hecho crítica en La Laguna para encumbrarse o cobrar intereses de ninguna especie. Es cierto, en las reseñas y sobre todo en las presentaciones ha habido elogios (yo mismo los he hecho), pero a reserva de que me demuestren lo contrario, nada se ha obtenido de eso, nadie se ha hecho rico o publicado más por elogiar a alguien. Sospecho que el asunto no va por allí.
Ignoro por qué pone como modelo de crítico a Evodio Escalante. Sin regatearle ningún mérito al ensayista duranguense, uno de los mejores del país, no creo que sirva mucho a la argumentación de Monroy. Escalante hace estupenda y feroz crítica, eso nadie lo cuestiona, pero desde hace años no vive en su ciudad natal y no hace (o hace poca) crítica sobre los escritores de su ciudad. Mala o buena, la mejor y más sistemática crítica de una duranguense a los escritores de su comunidad es la que ha hecho la maestra María Rosa Fiscal; ella sí hubiera sido un buen ejemplo de lo que hoy no tenemos en La Laguna.
Porque si nos ceñimos a lo dicho por Monroy, en La Laguna hay varios, demasiados, correlatos de Escalante. Tal vez no tan famosos como Escalante, pero igualmente dedicados a ese oficio. Escritores que nacieron o radicaron aquí, pero que hoy viven fuera de nuestra región y que, aunque ahora escriben poco o nada sobre escritores laguneros, en sus respectivos lugares de radicación trabajan con empeño en esa labor. Doy algunos ejemplos.
Miguel Báez Durán, escritor regiomontano-lagunero hoy avecindado en Montreal, he escrito numerosos reseñas y ensayos antes, durante y después de haber obtenido el título de maestro en letras por la Universidad de Calgary, donde se graduó con una tesis sobre la oralidad en Pedro Páramo.
Gerardo García Muñoz (quien en el EEC fue citado fuera de ponencia por Monroy y a quien se refirió como un caso aislado y ya, por lo menos, inencontrable) escribió bastante crítica antes, durante y después de terminar su maestría y su doctorado en letras, ambos en EUA, el primero en Las Cruces, Nuevo México, y el segundo en la Arizona State University, donde por cierto se graduó con una tesis sobre novela policiaca mexicana y tuvo como sinodal a David Foster, una de las máximas autoridades literarias del vecino país.
Édgar Valencia hizo mucha reseña periodística y escribió un significativo número de ensayos de buen calado. Su tesis de maestría en la Universidad Veracruzana, sobre Alfonso Reyes, fue sancionada por el boliviano Renato Prada Oropeza, un nombre de mucho peso en la crítica académica nacional.
Fernando Fabio Sánchez se fue de La Laguna hace poco más de diez años. Gracias a sus estudios de maestría y doctorado, ambos en la Universidad de Colorado, en Boulder, ha acumulado una notable cantidad de ensayos literarios. Hace algunos años ganó el premio Abigael Bohórquez de ensayo joven.
Javier Prado Galán, doctor en filosofía por la UNAM, se ha dado tiempo para hurgar en la literatura. No es lo suyo, pero con las armas de su rigurosa disciplina nos ha dado buenos trabajos de crítica literaria.
Mauricio Beuchot Puente, también doctor en filosofía por la UNAM, se ha servido de las herramientas de la hermenéutica para indagar en textos literarios.
Esperanza Gurza, doctora en letras por la Universidad de Riverside, California, es de Torreón y ha publicado, entre otros libros, un ensayo fundamental sobre La Celestina (Lectura existencialista sobre “La Celestina”, Estudios y ensayos, colección Románica Hispánica, Gredos, Madrid, 1977).
Norma Garza Saldívar, doctora en letras por la UNAM, investiga y publica crítica literaria solvente, muy bien armada, profesional.
Y el caso más relevante, al menos en lo que toca a su reconocimiento nacional: Gilberto Prado Galán, quien gracias a sus asedios sobre laguneros y foráneos ha logrado acreditarse no como el mejor ensayista de La Laguna, sino de todo el estado de Coahuila.
En esta lista, pera no alargarme de más, dejo fuera a varios laguneros en el “exilio”. Ellos se dedican a la crítica, viven de ella. También dejo de citar a los que están (estamos) aquí, que si bien no hacemos crítica al nivel de los ya mencionados, nos acercamos con regularidad a ese ejercicio no para adular a nuestros valedores, puesto que no los hay, sino para no dejar que muera del todo la práctica, por lo común ingrata y ajena a las retribuciones, de la crítica periodística, del ensayo para revistas y congresos, del comentario que estimule le lectura del ciudadano de pie, ése que no anda metido en el mundillo de los escribidores.
Insisto, ya para cerrar este disentimiento: la intención de Gerardo Monroy me parece sana, pues intenta agitar, desaletargar, provocar que el avispero se alborote en esta zona por lo general poco dispuesta al encontronazo de opiniones. El único reparo que le pongo es que haya procedido con tan poca información sobre el tema, con demasiadas metáforas y sin advertir lo suficiente que, así sea poco, algo tenemos ya en materia de crítica y por eso “el agujero”, si es que existe, no es tan hondo.