La nota no es una nota, sino un cuento de hadas con final feliz (con cajita feliz, mejor dicho). El caso de Luke Pittard confirma, o al menos me lo confirma a mí, que Bob Esponja no es una creación de Stephen Hillenburg y una de las series de dibujos animados más populares de Nickelodeon. Eso es falso: Bob Esponja sí existe, o, como suele ocurrir, la realidad ha copiado a la fantasía más descabellada para demostrarnos que el hombre no tiene límites en materia de ocurrencias.
Cualquier persona culta sabe en la actualidad que Bob Esponja, mejor conocido en el bajo mundo (o sea, en el fondo del mar) como “pantalones cuadrados”, es en efecto una esponja amarilla de ojos grandes, dientes de abresodas y vestimenta algo ridícula, como de boy scout fuera de servicio. La personalidad de Bob es infinitamente cándida, disparatadamente ingenua, hiperbólicamente optimista, tanto que andar con él a veces llega a ser más embarazoso que tomarse un café en público con Fabiruchis. Bob trabaja, nadie lo ignora, en “El crustáceo cascarudo”, el restaurante de hamburguesas más concurrido en Fondo de Bikini, la localidad donde radica el amarillo personaje. Allí, el admirado Bob prepara las deliciosas “cangrebúrgers”, unas hamburguesas inventadas por Don Cangrejo, a la sazón dueño de la receta secreta cangreburguera y de “El crustáceo cascarudo”. Como se podrá advertir, el nivel de maliciosa simplonería que maneja la serie es brutal, pero inocuo sólo en apariencia: hay una cantidad abrumadora de ironías sobre/contra la cultura gringa, ironías tan delicadas que en muchos casos superan el explícito registro guasón de Los Simpsons.
Sin dejar demasiadas marcas que lo ubiquen como demoledor, Bob Esponja es un chivo en la cristalería de la cultura pop norteamericana, a cual más, en muchos casos, idiota. En la serie, el principal rasgo tonto de esa cultura que imprime como ninguna otra el sello del amor a la vacuidad, es el de un Bob enamorado de sus hamburguesas como quien se enamora de obras artísticas. Y no sólo la estulticia tiene allí su retrato; también la voracidad económica, como en Don Cangrejo y sus desmesurados anhelos de enriquecimiento; o la envidia, como en Plankton y sus ansias por robar la fórmula de las cangrebúrguers; o el grado cero de la estolidez, como en Patricio y sus ideas infaliblemente fallidas.
Pues bien, respetable público, a veces uno llega a creer que las caricaturas de la televisión no tienen referente claro en la realidad, como señalé hace dos párrafos. Resulta que no, que en Gales sí existe un tipo decidido a seguir los pasos de Bob Esponja. Esta es, brevemente, su historia, un caso de la vida real que conmovió a la población adicta a las hamburguesas (nota de la agencia EFE). “Luke Pittard, británico, ganó 1,3 millones de libras (1,6 millones de euros, 2,6 millones de dólares) en la Lotería Nacional del Reino Unido, pero ha vuelto a trabajar a un McDonald porque echaba de menos a sus colegas.
Pittard, de 25 años, trabajaba de camarero con su novia Emma Cox, de 29, en un restaurante de la famosa cadena de hamburgueserías en Cardiff (Gales) en julio de 2006, cuando la fortuna llamó a su puerta con el citado premio.
La pareja de nuevos millonarios colgó entonces sus uniformes de McDonald y se retiró a disfrutar de la vida con su hija Chloe, de 3 años.
Luke y Emma compraron una casa por 230.000 libras (292.100 euros, 460.000 dólares), celebraron una boda por todo lo alto y se pagaron unas vacaciones de lujo en las Islas Canarias (España).
Sin embargo, la novedad de sentirse millonario se ha esfumado veintiún meses después y Luke ha decidido volver al McDonald porque añora a sus compañeros, informó hoy la cadena pública BBC.
Emma apoya sin reservas a su esposo: ‘Le entiendo perfectamente. Ambos disfrutamos trabajando en McDonald y aún tenemos buenos amigos ahí’, comentó la esposa.
Además, la jefa del millonario, Katherine Jones, está encantada con su regreso: ‘Me alegra —dijo— que haya tenido tiempo de disfrutar el premio, pero me encanta tenerle aquí. Es como si nunca se hubiera ido’.
Emma también ha accedido a que el matrimonio aplace su luna de miel hasta que finalice la temporada del equipo de fútbol en el que su marido juega de portero en sus ratos libres.
‘Debo ser —concluyó Luke Pittard— el hombre más afortunado del mundo. No sólo gané una fortuna, sino que mi esposa entiende la importancia del fútbol y ahora he recuperado mi antiguo trabajo’”.
Insisto: Bob Esponja sí existe. Su verdadero nombre es Luke Pittard.
Cualquier persona culta sabe en la actualidad que Bob Esponja, mejor conocido en el bajo mundo (o sea, en el fondo del mar) como “pantalones cuadrados”, es en efecto una esponja amarilla de ojos grandes, dientes de abresodas y vestimenta algo ridícula, como de boy scout fuera de servicio. La personalidad de Bob es infinitamente cándida, disparatadamente ingenua, hiperbólicamente optimista, tanto que andar con él a veces llega a ser más embarazoso que tomarse un café en público con Fabiruchis. Bob trabaja, nadie lo ignora, en “El crustáceo cascarudo”, el restaurante de hamburguesas más concurrido en Fondo de Bikini, la localidad donde radica el amarillo personaje. Allí, el admirado Bob prepara las deliciosas “cangrebúrgers”, unas hamburguesas inventadas por Don Cangrejo, a la sazón dueño de la receta secreta cangreburguera y de “El crustáceo cascarudo”. Como se podrá advertir, el nivel de maliciosa simplonería que maneja la serie es brutal, pero inocuo sólo en apariencia: hay una cantidad abrumadora de ironías sobre/contra la cultura gringa, ironías tan delicadas que en muchos casos superan el explícito registro guasón de Los Simpsons.
Sin dejar demasiadas marcas que lo ubiquen como demoledor, Bob Esponja es un chivo en la cristalería de la cultura pop norteamericana, a cual más, en muchos casos, idiota. En la serie, el principal rasgo tonto de esa cultura que imprime como ninguna otra el sello del amor a la vacuidad, es el de un Bob enamorado de sus hamburguesas como quien se enamora de obras artísticas. Y no sólo la estulticia tiene allí su retrato; también la voracidad económica, como en Don Cangrejo y sus desmesurados anhelos de enriquecimiento; o la envidia, como en Plankton y sus ansias por robar la fórmula de las cangrebúrguers; o el grado cero de la estolidez, como en Patricio y sus ideas infaliblemente fallidas.
Pues bien, respetable público, a veces uno llega a creer que las caricaturas de la televisión no tienen referente claro en la realidad, como señalé hace dos párrafos. Resulta que no, que en Gales sí existe un tipo decidido a seguir los pasos de Bob Esponja. Esta es, brevemente, su historia, un caso de la vida real que conmovió a la población adicta a las hamburguesas (nota de la agencia EFE). “Luke Pittard, británico, ganó 1,3 millones de libras (1,6 millones de euros, 2,6 millones de dólares) en la Lotería Nacional del Reino Unido, pero ha vuelto a trabajar a un McDonald porque echaba de menos a sus colegas.
Pittard, de 25 años, trabajaba de camarero con su novia Emma Cox, de 29, en un restaurante de la famosa cadena de hamburgueserías en Cardiff (Gales) en julio de 2006, cuando la fortuna llamó a su puerta con el citado premio.
La pareja de nuevos millonarios colgó entonces sus uniformes de McDonald y se retiró a disfrutar de la vida con su hija Chloe, de 3 años.
Luke y Emma compraron una casa por 230.000 libras (292.100 euros, 460.000 dólares), celebraron una boda por todo lo alto y se pagaron unas vacaciones de lujo en las Islas Canarias (España).
Sin embargo, la novedad de sentirse millonario se ha esfumado veintiún meses después y Luke ha decidido volver al McDonald porque añora a sus compañeros, informó hoy la cadena pública BBC.
Emma apoya sin reservas a su esposo: ‘Le entiendo perfectamente. Ambos disfrutamos trabajando en McDonald y aún tenemos buenos amigos ahí’, comentó la esposa.
Además, la jefa del millonario, Katherine Jones, está encantada con su regreso: ‘Me alegra —dijo— que haya tenido tiempo de disfrutar el premio, pero me encanta tenerle aquí. Es como si nunca se hubiera ido’.
Emma también ha accedido a que el matrimonio aplace su luna de miel hasta que finalice la temporada del equipo de fútbol en el que su marido juega de portero en sus ratos libres.
‘Debo ser —concluyó Luke Pittard— el hombre más afortunado del mundo. No sólo gané una fortuna, sino que mi esposa entiende la importancia del fútbol y ahora he recuperado mi antiguo trabajo’”.
Insisto: Bob Esponja sí existe. Su verdadero nombre es Luke Pittard.