miércoles, marzo 05, 2008

Caminos a Roma



Cuatro sexenios y el que corre han servido en México para cuadrar a machamartillo el modelo de economía neoliberal que hoy padecemos. Uno tras otro, en disciplinada fila, los cuatro, desde De la Madrid a Fox y lo que llevamos de Calderón, “instrumentó” políticas desde la presidencia que han tendido dogmáticamente a privatizarlo todo sin tener ninguna consideración, más allá del asistencialismo clientelar, por los trabajadores del país. La mejor tajada de riqueza, por ello, se la ha llevado ese ente conformado por un grupúsculo de políticos-empresarios voraz, monopólico y obstinado en favorecer sus propios intereses aun a riesgo de ver el profundo deterioro en la calidad de vida de la mayoría y entrar al peligro cada vez más próximo de turbulencias sociales. La violencia del crimen organizado, valga como ejemplo, es una manifestación del caos en el que vivimos: si lo fundamental, la seguridad que garantiza paz para el trabajo, no ha sido atendido por los gobiernos gerenciales, qué podemos esperar de la atención a lo demás, como la vivienda, la salud y la educación. Todo, insisto, por el modelo impuesto desde que la tecnocracia ha hecho venta de garage y puesto en ventajosas ofertas los bienes de la nación.
Sobre este punto, recibo una carta muy interesante relacionada con el principal monstruo económico privado del país. Dice: “Para que Telmex haga 10 millones de pesos, sólo tienen que cortar al mismo tiempo todas las llamadas que se están ejecutando en cualquier momento (¿bueno?... ¡chin!, se cortó la llamada) gracias a que el servicio medido mide sólo las llamadas que hacemos, pero no descuenta las que nos cortan y que debemos hacer de nuevo. Cada segundo Telmex tiene plena ‘autorización’ de robarle a la sociedad 10 millones de pesos. Para que una persona que gana el salario promedio ($3,000 pesos) acumule esa misma cantidad, tendría que trabajar 277 años sin gastar un centavo. Ahí está la razón de la desigualdad en México. A unos les toma un segundo y no hacer nada productivo para embolsarse una cantidad que a todos los demás les tomaría cinco generaciones de arduo trabajo”.
Le comento a quien me reenvió esa terrible y lúcida multiplicación que, si es así, qué nos lleva a pensar pues que el modelo favorecedor de tales empresarios es el correcto. Su respuesta no es menos interesante, y la comparto: “Es lo que te digo: puede haber varios caminos a Roma. Verdaderos socialistas y verdaderos capitalistas quieren, con su método cada uno, llegar al bien común. Los verdaderos capitalistas quieren que todos los capitales que se arriesguen tengan las mismas posibilidades. Creen que si las reglas éticas se cumplen, el capitalismo nos llevará a la repartición justa y meritoria. Y que donde hay desigualdades y desventajas, el estado intervenga, para emparejarlas (como Chile o Canadá, y no como aquí o Argentina, para crearlas). Y los verdaderos socialistas, pues quieren que el estado vele por la igualdad, también. Los socialistas y comunistas que no son verdaderamente apegados, quieren alterar las reglas para su beneficio (Corea del Norte, Stalin, etc.) y los capitalistas que en realidad no lo son, son los partidócratas, los oligarcas, ellos también quieren que las reglas se alteren para beneficiarlos. No culpes al capitalismo porque unos Slims tengan las reglas a su favor. Eso no es verdadero capitalismo y libre competencia sin monopolio. Y no culpemos al socialismo porque Kim Jong viva como vive y su pueblo esté como está. Eso no es verdadero socialismo. En el fondo, verdaderos capitalistas y verdaderos socialistas coinciden si no en lo que niegan, sí en lo que afirman. En el fondo, falsos socialistas y falsos capitalistas coinciden en lo que afirman (en la validez de torcer las reglas para disfrazar sus aparentes sistemas como ‘istas’)”.
Por supuesto, el asunto tiene cientos de recovecos que no han podido escudriñar ni los más grandes tratadistas de la historia. Podemos tener una posición u otra y creer realmente que tal modelo sí puede resolver el problema de la inequidad, para luego entrar en la polémica. El desacuerdo, entonces, es inevitable. En lo que sí estaremos todos de acuerdo, esto sin ninguna duda, es en que el modelo mexicano resulta lo más parecido a la desgracia. Con gobiernos antipopulares como los padecidos desde que el neoliberalismo se agarró con todas sus uñas a Los Pinos, la suerte de México no ha cambiado: es cada vez peor y quién sabe a dónde vaya a parar. No por otra razón urge detener el impetuoso mercenarismo de Mouriño; éste es como Salinas, pero al cuadrado. Es más peligroso que encender una fogata en el negocio del cuetero.