Maestro de la Universidad Iberoamericana Laguna y especialista en management de la revista Expansión, Heriberto Ramos (heriberto.ramos@expansion.com.mx) me hace llegar amablemente una reseña sobre el libro Good Capitalism, Bad Capitalism, and the Economics of Growth and Prosperity, escrito a tres manos por William Baumol, Robert Litan y Carl Schramm y publicado en 2007 por Yale University Press. La carta de Ramos amplía lo que ayer ofrecí en este mismo espacio, así que me pareció oportuno pedirle autorización para hacer público su comentario:
“Strategy+Business, de la consultora internacional Booz Allen & Hamilton, eligió este libro entre los mejores de negocios publicados en 2007. El texto entrega nuevas herramientas para entender cómo la macro estructura socioeconómica es ineludible para hacer o no negocios en diferentes regiones del mundo.
Los autores, economistas de Yale y NYU, tipifican cuatro diferentes sistemas capitalistas; algunos propician el desarrollo económico, mientras que otros lo ralentizan y hasta lo inhiben.
Capitalismo emprendedor. Donde las pequeñas y medianas firmas, así como los nuevos emprendimientos, juegan un rol significativo. Con altas tasas de apertura, encadenamiento productivo, innovación y supervivencia. Sin monopolios sectoriales. Un modelo que los autores identifican en una gruesa franja de la enorme economía estadounidense, y que personalmente ejemplificaría con los clusters italianos.
Capitalismo oligárquico. Elites relacionadas por nexos familiares y de negocios, representan un enorme porcentaje de la actividad económica, de la oferta productiva y laboral, en sectores tradicionalmente mono y dúopolicos. (Los autores identifican países emergentes asiáticos en este modelo)
Capitalismo de Estado. Donde el Estado impulsa mediante enormes subsidios y otros incentivos la creación de sectores y propietarios favorecidos. (Los autores ejemplifican con ciertas economías europeas).
Capitalismo de la gran corporación. Ejemplificado con Japón y Corea del Sur, donde los motores del crecimiento económico son firmas tamaño ‘Godzilla’ de origen local ya multinacionales.
Entonces, y abusando del clásico orwelliano, existen capitalismos más iguales que otros. Premios Nóbel de economía como Joseph Stiglitz, Amartya Sen, y hasta Milton Friedman haciendo una lectura cuidadosa, lo han venido advirtiendo”.
No sé si me equivoco: el caso mexicano se ciñó al tercer modelo hasta López Portillo, y pasó a promiscuarse con cierta viscosidad en el segundo durante los cuatro sexenios más recientes. Evidentemente, toda clasificación así de esquemática deja fuera especificidades que deben ser tomadas en cuenta a la hora de precisar con mayor exactitud qué tipo de economía tiene tal o cual región. En el caso de México, dada la atávica corrupción que padecemos, era casi inevitable estar en el segundo modelo, y esto en grados superlativos. Pocas familias relacionadas entre sí por mezclar poderes económicos y políticos depredan los recursos del país con un saldo de pobres que aumenta día tras día, irrefrenablemente, y merced a tal dinámica expulsiva se convierten en potencial fuerza de trabajo indocumentada en EUA. Una economía que se basa en componendas y arreglos, en tráfico de influencias a lo Mouriño y no en el libre (pero bien estipulado) pistoneo de los capitales, por fuerza deriva en carencias y conflictos como los que se vienen reflejando en México desde hace años. El desempleo, la violencia y la migración son tres de los más visibles.
Si a eso se agrega, como parte inseparable del sucio contubernio, el componente seudodemocrático electoral, los resultados apuntan cada vez más al desastre, dado que la incompetencia (como la de Fox) no puede ser castigada con cambios de gobierno (apertura de válvulas) y lejos de purgar el malestar social, lo agudizan.
Más allá o más acá de que simpaticemos o no con alguna forma de capitalismo, el que devora hoy a México no puede acarrear saludables consecuencias. A la larga, el espécimen dos de capitalismo, según la tipología que nos mandó Heriberto Ramos, es el peorcito de todos, más si lo mezclamos con el tres y le añadimos varias gotas de corruptividad a la mexicana. Como suele ocurrir, bailamos con la más fea, bailamos con Hermelinda Linda.
“Strategy+Business, de la consultora internacional Booz Allen & Hamilton, eligió este libro entre los mejores de negocios publicados en 2007. El texto entrega nuevas herramientas para entender cómo la macro estructura socioeconómica es ineludible para hacer o no negocios en diferentes regiones del mundo.
Los autores, economistas de Yale y NYU, tipifican cuatro diferentes sistemas capitalistas; algunos propician el desarrollo económico, mientras que otros lo ralentizan y hasta lo inhiben.
Capitalismo emprendedor. Donde las pequeñas y medianas firmas, así como los nuevos emprendimientos, juegan un rol significativo. Con altas tasas de apertura, encadenamiento productivo, innovación y supervivencia. Sin monopolios sectoriales. Un modelo que los autores identifican en una gruesa franja de la enorme economía estadounidense, y que personalmente ejemplificaría con los clusters italianos.
Capitalismo oligárquico. Elites relacionadas por nexos familiares y de negocios, representan un enorme porcentaje de la actividad económica, de la oferta productiva y laboral, en sectores tradicionalmente mono y dúopolicos. (Los autores identifican países emergentes asiáticos en este modelo)
Capitalismo de Estado. Donde el Estado impulsa mediante enormes subsidios y otros incentivos la creación de sectores y propietarios favorecidos. (Los autores ejemplifican con ciertas economías europeas).
Capitalismo de la gran corporación. Ejemplificado con Japón y Corea del Sur, donde los motores del crecimiento económico son firmas tamaño ‘Godzilla’ de origen local ya multinacionales.
Entonces, y abusando del clásico orwelliano, existen capitalismos más iguales que otros. Premios Nóbel de economía como Joseph Stiglitz, Amartya Sen, y hasta Milton Friedman haciendo una lectura cuidadosa, lo han venido advirtiendo”.
No sé si me equivoco: el caso mexicano se ciñó al tercer modelo hasta López Portillo, y pasó a promiscuarse con cierta viscosidad en el segundo durante los cuatro sexenios más recientes. Evidentemente, toda clasificación así de esquemática deja fuera especificidades que deben ser tomadas en cuenta a la hora de precisar con mayor exactitud qué tipo de economía tiene tal o cual región. En el caso de México, dada la atávica corrupción que padecemos, era casi inevitable estar en el segundo modelo, y esto en grados superlativos. Pocas familias relacionadas entre sí por mezclar poderes económicos y políticos depredan los recursos del país con un saldo de pobres que aumenta día tras día, irrefrenablemente, y merced a tal dinámica expulsiva se convierten en potencial fuerza de trabajo indocumentada en EUA. Una economía que se basa en componendas y arreglos, en tráfico de influencias a lo Mouriño y no en el libre (pero bien estipulado) pistoneo de los capitales, por fuerza deriva en carencias y conflictos como los que se vienen reflejando en México desde hace años. El desempleo, la violencia y la migración son tres de los más visibles.
Si a eso se agrega, como parte inseparable del sucio contubernio, el componente seudodemocrático electoral, los resultados apuntan cada vez más al desastre, dado que la incompetencia (como la de Fox) no puede ser castigada con cambios de gobierno (apertura de válvulas) y lejos de purgar el malestar social, lo agudizan.
Más allá o más acá de que simpaticemos o no con alguna forma de capitalismo, el que devora hoy a México no puede acarrear saludables consecuencias. A la larga, el espécimen dos de capitalismo, según la tipología que nos mandó Heriberto Ramos, es el peorcito de todos, más si lo mezclamos con el tres y le añadimos varias gotas de corruptividad a la mexicana. Como suele ocurrir, bailamos con la más fea, bailamos con Hermelinda Linda.