jueves, agosto 23, 2007
Propaganda argentina
Hay dos países latinoamericanos con los que asocio a México: Chile y Argentina. Católicos, ricos en recursos naturales, hispanohablantes, los tres son ejes de América Latina. A fuerza de achicar las comparaciones, escogería a Argentina como el país que en territorio, esquema político e historia se parece más al nuestro. Sé que nosotros tenemos el componente indígena que ellos casi liquidaron; sé que nosotros no hemos padecido genocidios recientes como los del Proceso, y sé, en la parte frívola, que nosotros no hemos ganado un Mundial de futbol, pero esas diferencias permiten apreciar mejor las similitudes.
Una de ellas es lamentable. La presencia casi ubicua de la corrupción política en la que los argentinos son expertos, pues la padecen a grados escandalosos en municipalidades, gubernaturas y federación. Todos los días, sin faltar, las notas de los periódicos dan cuenta de un nuevo affaire relacionado con sobornos y demás truculencias del sistema, casi como si fuera México. Pese a ello, los argentinos de a pie dicen preferir la podredumbre política, el mal menor, luego de la experiencia profundamente dolorosa que les dejó la dictadura militar. Eso lo saben y lo aprovechan los poderosos, de ahí que sea posible una reinserción frontal de Menem en la vida política, lo que en México jamás ocurriría si Salinas en persona deseara una reaparición.
La corrupción no será idéntica, pero se parece mucho la percepción que se tiene sobre ella aquí y en México. Es el pan de cada día, y se acabó, a seguir viviendo como se pueda. Una notable diferencia la advertí recién (así dicen ellos, “recién”) en las campañas electorales locales (para gubernaturas e intendencias). Lo que en México se ha convertido en un barril sin fondo para el derroche de recursos económicos y para la compra de espacios políticos, la propaganda, en Argentina me parece notablemente austera, tanto que junto a la nuestra parece un juego de planillas estudiantiles. Lejos están de lo que nosotros vemos cuando un candidato a alcalde o gobernador, no se diga a presidente, anda en campaña. Mientras en México se tapizan las calles y los medios con pasacalles, carteles, puentes peatonales, espectaculares de veras espectaculares, megapantallas de video en cruceros, gorras, playeras, paredes, vasos, espots, desplegados en prensa, entrevistas, mantas, encuestas y todo lo que queramos añadir en el carrito, en la Argentina basta un vistazo para darse cuenta de que por allí es difícil que se cuele mucha corrupción.
En términos de inversión, un cálculo establecido según la técnica llamada ojo de buen cubero me permite advertir que se gasta apenas un 20% de lo que en México se dilapida. Es nada, realmente, por eso mi asombro al ver las pintas de paredes: el nombre de un candidato a gobernador elaborado casi por grafiteros. Las pegatinas de papel en paredes públicas son las nuestras de los setenta, de papel adherido con pegamento casero, no los tensos viniles a los que ya nos acostumbramos. Confirmé, visto eso, mi sospecha: las campañas electorales en México son ya grotescas, lo más parecido al pantagruelismo político. Eso sí: en México no hay una sola candidata como Carolina Vargas Aignasse: aspirante a legisladora que tranquilamente podría ser modelo.