viernes, agosto 24, 2007

En bus por la pampa



El centralismo, las características geográficas y la precariedad de la economía argentina han provocado un fenómeno muy peculiar en sus medios de transporte. Ante lo formidablemente caro de los vuelos nacionales, sólo una porción insignificante de los ciudadanos se pueden dar ese lujo, lo cual ha sido aprovechado por las compañías de autobuses para competir por el amplio mercado que tiene la necesidad, sobre todo, de desplazarse del interior a Buenos Aires y de Buenos Aires al interior, en algunos casos con extenuantes recorridos que pueden durar dos días o más.
Eso no es lo raro, pues en México andamos por las mismas en materia de centralismo, distancias y economía. Lo que verdaderamente me llama la atención es que, pese a las dificultades económicas de la Argentina, aquí procuran ofrecer servicios de autobús para pasajeros que, sin ser caros, llevan a buen sitio sus estándares de calidad. Para empezar, las unidades. Son todas de dos pisos, gigantes, lo que permite un acomodo más despejado de los pasajeros; el servicio varía de precio según la distancia, claro, y la calidad del sillón: cama o semicama; el primero permite una reclinación casi total, además de ser más ancho y mullido. El precio más alto para cualquier viaje incluye siempre los alimentos del pasajero; si el recorrido es muy largo (digamos de quince horas) se le da al pasajero un aperitivo consistente en sándwiches, panecillos y refresco, y en el camino una cena en forma ofrecida en restaurantes localizados en algún punto del recorrido. También hay que contar otros detalles como baño (un poco más amplio y, sobre todo, higiénico que los de un bus mexicano), televisión, almohadas y frazadas.
En virtud de ese despliegue de atenciones al pasajero, los argentinos han podido paliar el cansancio de sus largos viajes con periplos más o menos tocados por el confort, de suerte que en ese sentido se encuentran en una posición de privilegio con relación a otros países.
Otro punto a favor está en el número de salidas; gracias a la gran demanda, no hay punto de reposo y uno puede encontrar unidades que se dirigen a cualquier destino casi a cualquier hora del día y con relativa puntualidad. En suma, no es la maravilla europea, pero para ser latinoamericano el servicio frisa decorosos rangos de calidad.
Pude contrastarlo todo con lo vivido en innumerables omnibuses mexicanos. Sin ser execrables, creo que siempre han tenido la oportunidad de ser mejores y nunca lo han logrado. Y ahora menos, dado que muchas tarifas de avión se han abaratado y, si nos atenemos a la mentalidad empresarial mexicana, en vez de competirles con un mejor producto puede ser que ofrezcan lo contrario: una atención cada vez más relajada y deplorable.
Todavía hoy recuerdo la ingrata travesía de un viaje Saltillo-Torreón en la línea Futura. El olor era tan espantoso dentro de la unidad que quizá resultaba mejor viajar a pie. Así de horribles son a veces los recorridos en nuestras supuestas buenas líneas.