domingo, agosto 12, 2007

Viaje hacia el microrrelato



Tendré la suerte hoy al mediodía de emprender un viaje a la Argentina para participar en un encuentro denominado Primeras Jornadas Universitarias sobre Minificción, que se celebrarán del 15 al 17 de agosto de 2007 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Amablemente, Karla Lobato, reportera de la sección cultural de La Opinión, sacará una nota al respecto, pero quiero añadir dos o tres ideas complementarias sobre el objeto a examinar en la universidad tucumana. Lo explicaré con ejemplos, pues creo que son más entendibles que la pura especulación.
El microrrelato, pese a que aquí lo denomino así, no tiene todavía un nombre estable. Algunos prefieren llamarle microficción, cuento breve, brevísimo, microtexto, ficción breve y de otras formas parecidas. Lo importante, en todo caso, no es tanto el nombre, sino sus características internas. Así como la novela tiene una hija llamada novela corta o noveleta, el cuento de dimensiones convencionales vio nacer en el último siglo una forma parecida a él, pero brevísima, tanto que, en el caso de las construcciones más amplias, su texto apenas desborda la cuartilla. Hay casos de extrema concisión, como ocurre con el archifamoso “El dinosaurio”, de Monterroso, cuya microtrama suma sólo siete palabras.
No es suficiente, sin embargo, la brevedad: para que el microrrelato sea tal es necesario que cuente una historia, es decir, que cree personajes, que enseñe una pequeña trama y que exhiba una resolución satisfactoria generalmente vinculada al humor, a la ironía. Esto quiere decir que son textos breves, pero no microrrelatos:

1) Los aforismos, que son más bien ensayos enanos, opiniones con cierto aire filosófico, flashazos del pensamiento, como éste de Cioran: “Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepasados que llevaron la curiosidad de existir hasta la ignominia”. El texto es cortísimo, sí, pero falta la ficción, la trama, el clímax. En el caso del aforista, el personaje que está detrás de la reflexión es el propio autor.
2) La prosa poética, que es una derivación de la poesía expresada no en versos. Algunos le llaman de otra forma (prosa de intensidades, instantáneas, poema en prosa, como sea), y busca transmitir el estado anímico de quien escribe, como en este de Jaime Sabines (“Tu nombre”): “Trato de escribir tu nombre en la oscuridad. Trato de escribir que te amo. Trato de decir a oscuras esto. No quiero que nadie se entere, que nadie me mire a las tres de la mañana paseando de un lado a otro de la estancia, loco, lleno de ti, enamorado. Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote. Digo tu nombre con todo el silencio de la noche, lo grita mi corazón amordazado. Repito tu nombre, vuelvo a decirlo, lo digo incansablemente, y estoy seguro que habrá de amanecer”.
3) La anécdota, referida a una experiencia presuntamente real, con aire de narración, pero sin el rasgo de la trama vigilada que exige el cuento, como sucede en esta relacionada a Borges: “Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti. ‘Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo’, comenta Borges más tarde”.

Hay otras formas breves más o menos narrativas (el chiste, la boutade), pero no son microrrelatos en sentido estricto. Un ejemplo que, creo, sí cumple con las convenciones del subgénero (ficción, trama, creación de expectativa, desenlace, voluntad de estilo), es este (genial) de Ana María Shua, y con él termino: “¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio”.