Tengo frente a mí la nueva edición de la Historia de Torreón que a mediados del siglo XX escribió Eduardo Guerra. No la he revisado minuciosamente, pero un primer vistazo rápido y superficial me permite notar varios detalles. La auspició el ayuntamiento, se inscribe en los festejos del centenario de Torreón, la prologa el cronista de la ciudad (Sergio Antonio Corona Páez) y es anotada por el joven investigador Carlos Castañón Cuadros. Hasta allí, nada, o casi nada, que alarme. Lo malo, lo terrible, lo espeluznante es la calidad editorial de este tiraje y la autopromoción del alcalde. Voy por partes. En cuanto al libro en sí mismo, es un verdadero horror, todo un desaguisado tipográfico. Se lo atribuye el director del Archivo Municipal, Jorge Rodríguez Pardo, y es una pena que así sea. ¿Por qué no habrán buscado a un editor profesional? ¿Vale la pena ahorrarse unos pesos y después echar al mundo mamarrachos de tal índole? ¿Cuánto les costó el tiraje de los cinco mil ejemplares? Sobre la foto gigante de Pérez Hernández, esta Historia de Torreón deja ver la gran necesidad del alcalde por colocar su imagen en cualquier parte; no había necesidad, ninguna necesidad, de clavar allí ese retrato, pero lo hace y con ello atenta no nada más contra el valor autónomo del libro, sino contra la prudencia de no usar recursos públicos en el afán de hacerse notar. En fin. Hay mucho de descompuesto en ese volumen y la responsabilidad final recae en una sola persona: José Ángel Pérez Hernández.
Luego analizaré con calma el libro entero y prometo dedicarle algunas columnas en La Opinión; es una desgracia que en nuestra ciudad sigamos publicando esos vergonzantes adefesios. Una prueba más del ya legendario menosprecio panista a la cultura.