sábado, julio 26, 2008

Onetti por Saccomanno



Hallé en Página 12, de Argentina, un comentario de Guillermo Saccomanno sobre el escaso, marginal, casi desconocido lado poético de Juan Carlos Onetti. Yo ignoraba que el agrio narrador uruguayo pulsó la lira alguna vez, de ahí mi sorpresa. Por supuesto, el autor de Juntacadáveres no deja de ser, en verso, el autor de Juntacadáveres, aunque es de notar, gracias a las palabras de Saccomanno, un rasgeo sentimental, algo deliberadamente dulzón, cercano al tango incluso, en el Onetti metido a poeta ocasional. En general, muchos narradores consagrados fueron en su juventud poetas desposeídos de talento. Al reconocerse inútiles para el verso, lo abandonan definitivamente; de algunos pocos, como en este caso de Onetti, es posible rescatar algo de lo poco que dejaron. Veamos un fragmento de lo que comenta Saccomanno:
(…) Se ha hablado mucho, tal vez demasiado, de la relación tumultuosa de Onetti con las mujeres. Que se casó con una prima, que después con una cuñada. Chismerío sanmariano, puede decirse. También se ha dicho que su prosa aspiraba a la poesía. Y que su poesía reside en sus novelas, en los climas espesos que parecen estar siempre precediendo una tormenta apocalíptica en Santa María, la ciudad a la que prendería fuego en 1979 en esa novela con título inspirado en unos versos de Dylan Thomas: Dejemos hablar al viento. No obstante, Onetti incurrió en el ejercicio poético. Faulkner, su venerado Faulkner, había sentenciado que al fracasar en la poesía, un escritor debe probar con el cuento. Y al fracasar a su vez con el cuento, lo que más le conviene es tentar la suerte con la novela. Onetti, aunque no fracasó en el cuento, parece haberle hecho caso. Igual, serían sus novelas, durante el boom, las que consolidarían su santificación. Entre papeles sobrevivientes de exilios y pérdidas, se conservan tres poemas suyos. En uno, el más extenso, salta una resonancia tanguera. La relación entre Onetti y el tango es una zona de su literatura propicia a una indagación esquivada por la crítica. Como ejemplo mínimo, recordemos que uno de sus cuentos más desoladores se llama “Justo el treinta y uno”, como el tango de Enrique Santos Discépolo. Más tarde Onetti habría de canibalizarlo en Dejemos hablar al viento. Allí, en ese cuento, Onetti, en clave arltiana, le hace decir a Frieda, la tortillera tan reventada como solidaria: “Pero es tan lindo dejar y dejar, que te hagan lo que quieran, que ni sospechan siquiera quién sos vos. Dejar hasta que de pronto a alguien se le ocurre que se acabó y entonces uno deja de soportar y de tener placer en dejarse y hacer con todas las ganas y la felicidad del mundo la barbaridad más grande. En revancha; y no por orgullo ni por ganas de desquitarse, sino porque de pronto el placer consiste en pegar y no en dejarse golpear. ¿Sí? El placer consiste en pegar y en no dejarse golpear. ¿Sí?”. Volvamos al legendario poema largo que sobrevivió a contingencias históricas.
Onetti se lo dedicó, en su ocasión, a uno de sus amores más literarios: la poeta Idea Vilariño, la de “sonrisa gioconda / con labios separados”. Con su acento tanguero, el poema se encuentra en las rarezas publicadas en Miradas sobre Onetti, compilado por Omar Prego (Alfaguara, Uruguay, 1995). Una rareza, sí, pero no es desatinado conjeturar que contiene, entre líneas y no tanto, las obsesiones del narrador así como en sus relatos hay un tanto de las obsesiones del poeta frustrado.