El
regreso se Trump a la Casa Blanca confirma que la llamada “batalla cultural” ha
sumado un nuevo triunfo para la ultraderecha del mundo. Casi no era necesario tal
retorno para saber que cunde en todos lados una actitud de simpatía por las
inercias colectivas del individualismo y la entrega acrítica a los patrones de
consumo como única posibilidad de coexistencia. Es en este caldo de cultivo
donde echan raíz personajes estrafalarios como el actual presidente
norteamericano, tipos que operan con mentalidad de capataces, no de estadistas.
Muchos
pensadores han destacado que a la ultraderecha ya no le apena mostrarse como lo
que siempre ha sido y poco antes todavía disimulaba un poco. Es un signo claro
de los tiempos. Estos sujetos y sus adherentes pueden ser hoy desembozadamente
racistas, homofóbicos, clasistas, colonialistas, negacionistas y todo lo
repugnante que podamos sumar. Lo curioso es que ahora, lejos de perder
simpatías y concitar rechazo, enganchan bien con colectividades que coinciden con
sus ideas, si es que podemos llamar ideas a toda esa viscosidad despojada de
pudor, vomitiva por su cabal falta de pudor, espesa de agresividad contra
todo lo que se aparte un pelo de sus creencias.
Apenas
llegó, el exitoso empresario y redivivo presidente puso en marcha lo que hace
poco se codificaba sólo como amenaza. Sin apego a las maneras habituales de la
política y como el troglodita que es, echó a andar iniciativas contra
migrantes, nuevos aranceles, militarización y repugnante agandalle geopolítico,
entre otras barbaridades, engreído como Atila con corbata.
Ante
tal sujeto —y otros que, como él aunque con mucho menos poder— no está de más
preguntarnos hasta dónde ha llegado la “servidumbre voluntaria”, para decirlo
con Étienne de La Boétie, de la ciudadanía que lo votó y apoya formas de actuar
en las que siempre están implícitos el egoísmo y el odio, rasgos que pueden ser
identificados con el neofascismo más sincero, como se pudo ver en el saludo
ridículo y temible del Duce Musk.
Son malos tiempos pues para la solidaridad y el respeto. Lo que se avista con el flamante presidente es una amenaza para todos, incluso para quienes votaron por él y se creen salvados.