Al
salir de la farmacia pensé en la generosa escena de la que fui
protagonista. Estaba a punto de pagar unos medicamentos cuando a mi espalda una
señora le dijo a la cajera que sólo deseaba consultar el precio de un
antigripal. Mientras yo pasaba mi tarjeta, la cajera del área farmacéutica fue
por el remedio y rápido comunicó el precio a la señora: la caja con 12, tanto;
la caja con 24, tanto más. Mientras la cajera echaba mi compra a una bolsita
junto con la nota, pregunté a la señora, a todas luces humilde, si le alcanzaba
con su dinero. Me respondió que apenas traía treinta pesos y abrió la mano para
que yo viera las tres monedas. Decidí rápido: le dije a la cajera que yo pagaba
el antigripal. La señora eligió la cajita con 24. Salí de la escena con un
sentimiento de tristeza, casi de horror al recordar la mano abierta con las
monedas de diez pesos. Narrar este gesto me sirve para enfatizar en carne
propia, y no sin vergüenza, el fariseísmo de contarlo. Funciona como ejemplo
para comentar un tipo de videos muy llegadores, aquellos que muestran alguna
situación en la que se socorre fugazmente a un menesteroso.
Las
situaciones son planeadas como producción de “contenido”. Alguien aborda a un
desvalido en la calle y le pregunta si ya cenó. Como la respuesta es obvia, de
inmediato le extiende el mejor combo de Burger King. Otro más intercepta a una
señora que sale con dos tomates del supermercado; le pregunta por qué compró
sólo eso, y recibe también una respuesta obvia o casi obvia, para luego
invitarla a entrar de nuevo y llenar el carrito con comida.
De entrada, resulta evidente que la generosidad, así sea fugaz, es bienvenida, pero no el hecho de convertir la dádiva en un espectáculo, en “contenido” para lograr visitas a una cuenta de red social, pues con eso se hace evidente el mezquino propósito de conseguir algo que está más allá del puro gesto. Hacerlo da por sentado que la realidad puede cambiar con dádivas grabadas cuyo efecto es desviar la atención, que no veamos lo esencial: el permanente imperativo de crear (o al menos de pensar, que por algo se empieza) un mundo en el que no haya personas sin lo básico, personas que sólo sirven para que otros demostremos nuestra solidaridad de cartón pintado.