El
mecanismo es bien conocido entre los narradores, quienes después lo convierten en recurso de escritura: a propósito de una palabra, de
un olor, de un sabor, de una canción, de cualquier detalle nimio del presente,
la memoria pega un brinco al pasado y despliega sobre la mesa de la consciencia
una amplia estela de recuerdos que a veces, incluso, creíamos olvidados. Algo,
pues, detona el salto hacia atrás, lo que sea, como, por ejemplo, una noticia.
Eso
me pasó apenas ayer, cuando leí que había muerto la bailarina brasileña Gina
Montes. Quienes ya peinamos canas (es un decir, porque en muchos casos ya ni
canas por peinar quedan en la testa) la recordamos en el programa La carabina de Ambrosio, de Televisa,
esto cuando Televisa era Televisa, el monstruo omnipotente de la comunicación
mexicana del que era inevitable consumir contenidos. Más para mal que para
bien, por ello, nuestra educación sentimental pasaba por el tamiz de sus
producciones, la mayor parte de ellas cuestionada por su banalidad y, en el
caso de sus noticieros, por el abordaje tendencioso de la información.
Mi
recuerdo se remonta a 1983. Tenía un año como estudiante de Comunicación y no
faltaba que en las clases se hablara sobre el papel de Televisa. Había voces
críticas, claro, sobre todo de los maestros, y algunos alumnos comenzábamos a
aprender que los medios jugaban un rol nada inocente en el modelado de la
sociedad. Pese a esto, o por esto, ocho compañeros de la carrera organizamos un
viaje dizque de estudios para ir al Distrito Federal con el fin de conocer
Televisa y la casi recién fundada Imevisión, que después sería TV Azteca.
En
la capital del país entramos a Televisa San Ángel y allí, entre otros
programas, vimos la grabación de La
carabina de Ambrosio cuando lo conducía César Costa, quien nos trató muy
bien. Vimos además a Beto el Boticario, a Chabelo y a Alejandro Suárez, todos
en el momento de grabar sus sketches.
Esto significó que viéramos también a Gina Montes, pero no cuando bailaba en
torno a César Costa, sino cuando ya salíamos del estudio, en un pasillo. Apenas
nos cruzamos con ella, quien en vivo era un mujerón que aleló todas nuestras
hormonas.
Ahora
que murió me cayeron en tropel los recuerdos de eso que parece la prehistoria
de la televisión mexicana. Así es la memoria.