Es
al menos curioso el camino de la escritura breve. Nunca, hasta la fecha, ha
tenido el prestigio de la amplia y esto, supongo, viene de muy lejos, de la
idea en sí del libro como objeto de cultura. Aún antes de la invención de la
imprenta, los libros ya eran grandes tanto en su formato de rollos como de cuadernos.
El libro en rollo, que los latinos llamaron “volumen” (en donde está la idea de
“vuelta”, de trayecto circular) fue superado en practicidad por el libro en
cuaderno unido de uno de sus cuatro lados, el códex que hasta la fecha
sobrevive como invento inmejorable. En ambos casos se trataba de gordos manuscritos
que continuarían siendo amplios tras la invención de Gutenberg. El libro nació,
pues, gordo, y esta noción, conjeturo, sobrevive como ideal de prestigio, lo
que se nota cuando suponemos mayor calidad a un libro con muchas páginas frente
a uno con pocas.
Algo
tarde en esta historia apareció la posibilidad del libro corto. La ubico a
finales del siglo XIX, en Francia, con el auge del minimalismo expresado en
muchas artes. Por eso, ya en 1917 pudo aparecer en México un libro breve y con
brevedades de Julio Torri (Saltillo, 1889-Ciudad de México, 1970). Su título
fue Ensayos y poemas, suma de
miniaturas textuales que de inmediato llamaron la atención de la crítica casi
como desafío al librote habitual en la literatura decimonónica.
Podemos
conseguir la obra de Torri con facilidad. Es, casi, el más famoso caso de
escritor breve que registra la literatura mexicana, y ha sido abundantemente
reeditado. Un libro gratuito, accesible sin costo en la web de la Secretaría de
Cultura del Gobierno de Coahuila, es El
mundo abreviado, cuyo subtítulo es Un
paseo (en bicicleta) por la vida y obra de Julio Torri. Contiene una
semblanza del autor saltillense y una muestra variada de su obra.
La
parte biográfica lo dibuja a grandes trazos desde su nacimiento en la capital
de Coahuila hasta su fin en la del país. En medio están sus estudios en Torreón,
la salida a México, la carrera de jurisprudencia, su pertenencia al Ateneo de
la Juventud, su amistad con Alfonso Reyes, su primer libro, su presencia en la
editorial Cvltvra, su entrada a la Academia Mexicana de la Lengua y su carrera
docente en la universidad.
Y la paradoja que se convirtió en mito, un mito que quizá no lo es si miramos el tamaño más bien chico de su obra: que el arquetipo de escritor mexicano breve leía 200 páginas diarias.