miércoles, agosto 31, 2022

Dos canciones bien cocinadas

 






Hace algunas semanas caí a desayunar en Ciudad Lerdo con parte de mis hermanos. Fuimos a un lugar llamado “Sabor a mí”. Esto, obvio, movió mi recuerdo hacia Álvaro Carrillo, compositor de muchas letras ya famosas en el cancionero popular mexicano como “El andariego”, “Luz de luna” y por supuesto “Sabor a mí”. Para no pasar de largo por la oportunidad, me asomé a varias de las canciones de Carrillo, quien nació en Cacahuatepec, Oaxaca, en 1919, y murió en un accidente de auto hacia 1969 en la capital del país.

Al atender el fluido de “Sabrá Dios” advertí lo que habitualmente me agrada en una letra de música popular: que así exponga un relato simple, avance sin tropiezos sintácticos y no acuse versos o palabras forzados. Esta canción cumple tan bien su desarrollo que es posible construirla como un párrafo sin que notemos dislocamientos, brusquedades, casi como si acatara la compacidad de una carta: “Sabrá Dios si tú me quieres o me engañas. Como no adivino seguiré pensando que me quieres solamente a mí. No tengo derecho en realidad para dudar de ti y para no vivir feliz, pero yo presiento que no estás conmigo aunque estés aquí. Sabrá Dios, uno no sabe nunca nada. Me dará vergüenza si este amor fracasa nada más por mi equivocación, y debo estar loco para atormentarme sin haber razón, pero voy a luchar hasta arrancar esa ingrata mentira de mi corazón”.

Algo similar ocurre con “Aviéntame”, de Catarino Leos. El hecho de que sea una canción norteña —en la mayor parte de los casos fallidas en su trazo literario—, nos hace presentir errores, pero no, es perfecta en el despliegue de su pequeña historia. También podemos leerla como carta: “Algo te pasa, pero ya no eres la misma, de un tiempo acá yo te he notado diferente. No se equivoca el corazón cuando presiente que sin motivos se le deja de querer. Por eso quiero sin rodeos hablar contigo y sin temor me digas qué es lo que te pasa; si mi presencia ya no te es indispensable, en un segundo de tu vida yo me voy. Aviéntame, si es que ya en tu vida yo no valgo nada, si de mi cariño estás decepcionada, ya no tiene caso, para que fingir. Aviéntame, eso es preferible a seguir mintiendo, sácame esta duda que me está comiendo, porque ya con ella no puedo vivir”.

La ilación (así se escribe, sin hache, y no es palabra derivada del verbo “hilar”) es pues, para mí, un mérito de toda canción bien cocinada.