La política de aceptación o rechazo a los anglicismos no
es de muy fácil manejo en el habla y la escritura cotidianas. Igual que ante
palabras de otros orígenes, sé que en cualquier caso debemos estar atentos y
aceptar una palabra cuando es insustituible porque se trata de una innovación
cultural o tecnológica, e incluso en estas situaciones es bienvenido que nos
asalte la duda. Por ejemplo, ¿acepto el anglicismo —ya castellanizado—
“accesar” o no? Según mi opinión, no, pues en español ya contábamos con el
verbo “acceder” como sinónimo de “entrar”. ¿Acepto el niponismo “karaoke”?
Según mi opinión, sí, pues esta palabra acompaña una innovación.
En mi caso, no soy de los que persiguen como policía a
quienes enriquecen su vocabulario con novedades del momento, como “es correcto”
en lugar de “sí”, “literal” para lo que es indudablemente literal (“Llegué a la
oficina a las 7 de la mañana, literal”), “expertiz” por “experiencia” y otras voces
no menos flamantes y bobas. Que cada quien haga con su lengua lo que guste,
pero a fuerza de escucharlos (y leerlos) hay algunos anglicismos que quizá
merezcan el beneficio de la guillotina. Traigo sólo tres.
Uno. La palabra “bizarro” tiene tras acepciones en el
diccionario académico. 1. Valiente. Arriesgado. 2. Generoso, lucido,
espléndido. 3. Raro, extravagante o fuera de lo común. Su uso en español era
literario y antiguo, siempre en el sentido de las acepciones 1 y 2, pero hace
varios años empezó a destacar entre nosotros, por influencia del inglés, la
tercera acepción con la variante semántica del inglés, que a lo raro añade una
buena dosis de fealdad. Es decir, que lo bizarro no es sólo lo raro o
extravagante, sino lo francamente feo e incluso grotesco. No por nada hay un
género porno así llamado en el que los protagonistas son sujetos nada
convencionales, por decirlo amablemente.
Dos. Como cualquiera lo sabe, debemos al nombre de Vespucio,
navegante y cartógrafo florentino, el topónimo “América”, de donde deriva el
adjetivo “americano”. En teoría, este gentilicio designa a todo el territorio
que va desde Nunavut, al norte de Canadá, hasta las Islas Hermite, un poco más
abajo de Ushuaia, en Argentina. Así pues, el vallenato es un ritmo americano,
el mole es un platillo americano y el Chimborazo es un volcán americano, y no
sólo lo que está o fue hecho en “America” (sin tilde), es decir, en EUA.
Tres. También por calco del inglés, está muy de moda calificar como “épico” lo que sobre todo los jóvenes perciben intenso, agitado, estridente, movido o algo así. Pero no, lo “épico” es lo “Perteneciente o relativo a la epopeya o a la poesía heroica”, lo que se relaciona con las guerras. Por esta razón, con gran servilismo anglófilo ya hay, malamente, “bodas épicas” o “viajes épicos a Cancún”.