En
la escritura se cae con frecuencia en el uso de una sinonimia delirante. Como
la repetición de palabras en un texto dizque es un delito castigado con cárcel
sin derecho a fianza, muchos redactores, sobre todo de la prensa, incurren en
el hábito de usar neologismos o parir sinónimos muy poco elegantes, algunos más
desagradables que patada en los destos. El periodismo policial antiguo era
especialmente diestro en el manejo de esta fealdad, y buscaba sinónimos y
cierto caló para evitar la reiteración de palabras o por un pretendido
eufemismo que jamás llegó a eufimizar nada. Creo que tal pobreza se ha mitigado
—o quizá ya no exploro noticas de esa índole—, pero como hace años leía la nota
roja no he olvidado algunas palabras de la jerga periodístico-policial. Comparto
algunas.
Aletero.
Antes casi todos los autos tenían “aletas”, el triangulito de cristal que, al
moverlo, permitía un mejor flujo de aire exterior. Cuando las pertenencias de
un vehículo eran robadas, muchas veces se debía a que los ladrones forzaban una
aleta, metían la mano y abrían la puerta, de allí que fueran “aleteros”.
Amasia.
Cuando la compañera o amante de un sujeto implicado en cualquier delito
aparecía en la nota roja, sin falla era una “amasia”, palabra que en sí misma
suponía el pecado de no ser la esposa casada de blanco en un ritual católico,
apostólico y romano.
Chacal.
Si algún tipo perpetraba crímenes con barbarie extrema, un poco en la modalidad
de los asesinos seriales a la mexicana, era indefectiblemente considerado un
“chacal”.
Chafero.
Fue el vendedor de objetos de poco valor, chafas, pero ofrecidos como si fueran
de lujo. Las “joyas” eran su producto insignia.
Coscorronero.
Llamaban así a quienes de madrugada abrían, para robar, un agujero en el techo
de cualquier negocio, es decir, le propinaban un metafórico coscorrón (“Los
coscorroneros robaron joyas y dinero”)
Cristalazo.
Quienes rompían un aparador cometían esto, un “cristalazo”; obviamente no lo tronaban
por vandalismo ocioso, sino para robar.
Ergástula.
Una de las palabras más espantosas de nuestra lengua. Se supone que equivale a
cárcel.
Fardera.
Oficio que consistía en robar prendas, sobre todo íntimas, de las tiendas;
ignoro por qué fue una ocupación exclusivamente femenina.
Fémina.
Horrible sinónimo de “mujer” usado en la prensa criminal (“Declaró que a esa
hora bailaban algunas féminas en el lugar”).
Finca.
Después de usar “casa”, “negocio”, “edificio”, “residencia”, el periodista se
sentía indefenso y apelaba a este sinónimo genérico de la prensa roja: “finca”
(“Cerca de las once de la noche comenzó el incendio de la mencionada finca”).
Galeno.
Lo escribo y se me retuercen las tripas. Fue uno de los sinónimos más
socorridos por la necedad periodística (“Según el galeno, la herida interesó
órganos vitales de la víctima”).
Mariposero.
No sé por qué, pero así fue llamado el ladrón de bicicletas del neorrealismo
lagunero.
Nosocomio.
Otro nauseabundo. Se supone que es una forma elegante de decir “hospital” (“El
lesionado fue atendido en un nosocomio de la localidad”).
Parroquiano. Los asistentes a todo bar, cantina, lupanar, piquera, similares y conexos, todos eran, siempre, “parroquianos”.