miércoles, junio 08, 2022

Miguel, umbrío por su pena












Fue un amor a primera vista y mal correspondido. Mal correspondido por mí, no por su poesía. Todo partió de un verso. Hacia 1987 u 88 estaba en una reunión con mis amigos del grupo literario Botella al mar, aquel que conformamos, en su base, Saúl Rosales, Gilberto Prado, Enrique Lomas, Pablo Arredondo y yo. Pablo ocupaba un sillón ubicado a mi derecha y a propósito de cualquier conversación volteó a mi lado y enunció una frase: “Como dijo Miguel Hernández: ‘¡cuánto penar para morirse uno!’”. En aquel lejano entonces yo no sabía quién era el tal Hernández, pero el verso citado por Pablo quedó rebotándome en la cabeza: “¡cuánto penar para morirse uno!”.

Como ocurría (y ocurre hasta la fecha), una de mis costumbres era escuchar con atención a los amigos de literatura que el destino me había puesto al lado y también leer con cuidado las entrevistas a escritores inalcanzables. Lo hacía, y lo hago todavía, por muchas razones, entre ellas por sus referencias a otros escritores y lecturas. Así, cuando Pablo citó el verso de Miguel Hernández anoté en mi mente la obligación de hallar alguno de sus libros. No tardé en encontrar una antología bastante decorosa, casi su obra poética completa si consideramos que no pudo ser muy grande.

También accedí a su semblanza, a su nacimiento en Orihuela, a su amor por Josefina Manresa, a la tragedia que tras la Guerra Civil española segó muy prematuramente su vida. Di con el soneto íntegro: “Umbrío por la pena, casi bruno, / porque la pena tizna cuando estalla, / donde yo no me hallo no se halla / hombre más apenado que ninguno…”, al que también puso música Serrat.

Pasaron los años, se acumularon décadas y volví sólo con la memoria a ciertos versos de Hernández. Hace poco, luego de no tenerlo a la mano muchos años, reencontré mi edición argentina y casi destruida de El rayo que no cesa (Buenos Aires, 1942), y pedí a Arturo Robles, amigo encuadernador, que me la restaurara. Ya vuelto a su salud material, releí ese libro y quedé asombrado. ¿Cómo fue posible escribir un libro de tal calibre a los 26 años? No me lo explico: “Tengo estos huesos hechos a las penas / y a las cavilaciones estas sienes: / pena que vas, cavilación que vienes / como el mar de la playa a las arenas”. Sigo sin creerlo. No se puede ser mejor poeta así se viva “Umbrío por la pena, casi bruno”.