Fue
un amor a primera vista y mal correspondido. Mal correspondido por mí, no por
su poesía. Todo partió de un verso. Hacia 1987 u 88 estaba en una reunión con
mis amigos del grupo literario Botella al mar, aquel que conformamos, en su
base, Saúl Rosales, Gilberto Prado, Enrique Lomas, Pablo Arredondo y yo. Pablo
ocupaba un sillón ubicado a mi derecha y a propósito de cualquier conversación
volteó a mi lado y enunció una frase: “Como dijo Miguel Hernández: ‘¡cuánto penar
para morirse uno!’”. En aquel lejano entonces yo no sabía quién era el tal
Hernández, pero el verso citado por Pablo quedó rebotándome en la cabeza:
“¡cuánto penar para morirse uno!”.
Como
ocurría (y ocurre hasta la fecha), una de mis costumbres era escuchar con
atención a los amigos de literatura que el destino me había puesto al lado y también
leer con cuidado las entrevistas a escritores inalcanzables. Lo hacía, y lo
hago todavía, por muchas razones, entre ellas por sus referencias a otros
escritores y lecturas. Así, cuando Pablo citó el verso de Miguel Hernández
anoté en mi mente la obligación de hallar alguno de sus libros. No tardé en
encontrar una antología bastante decorosa, casi su obra poética completa si
consideramos que no pudo ser muy grande.
También
accedí a su semblanza, a su nacimiento en Orihuela, a su amor por Josefina
Manresa, a la tragedia que tras la Guerra Civil española segó muy
prematuramente su vida. Di con el soneto íntegro: “Umbrío por la pena, casi bruno, / porque
la pena tizna cuando estalla, / donde yo
no me hallo no se halla / hombre más
apenado que ninguno…”, al que también puso música Serrat.
Pasaron los años, se acumularon décadas y volví sólo con la memoria a ciertos versos de Hernández. Hace poco, luego de no tenerlo a la mano muchos años, reencontré mi edición argentina y casi destruida de El rayo que no cesa (Buenos Aires, 1942), y pedí a Arturo Robles, amigo encuadernador, que me la restaurara. Ya vuelto a su salud material, releí ese libro y quedé asombrado. ¿Cómo fue posible escribir un libro de tal calibre a los 26 años? No me lo explico: “Tengo estos huesos hechos a las penas / y a las cavilaciones estas sienes: / pena que vas, cavilación que vienes / como el mar de la playa a las arenas”. Sigo sin creerlo. No se puede ser mejor poeta así se viva “Umbrío por la pena, casi bruno”.