El neologismo que acabo de acuñar no es fallido en las
partes que lo componen, pero ciertamente fuerza una pronunciación difícil. Ya
existe uno parecido: “biobibliografía”, que se refiere a aquellas semblanzas en
las que se consigna parte de la vida y parte o toda la bibliografía de
alguien. No me sirvió el ya hecho y amonedé otro —al cual no le deparo ningún
éxito— porque mi deseo es indicar lo que con frecuencia se afirma acerca de las
bibliotecas personales: que son, miradas con detalle, una suerte de revelación
biográfica, es decir, que al observar una biblioteca personal podemos hacernos
una idea del sujeto que la aglutinó.
En estos meses, ya no sé cuántos, he estado organizando
mi biblioteca. La tenía dispersa, en gran medida resguardada en cajas e
inaccesible durante años. Al extraer los libros de sus anárquicos refugios, se
me presentó el problema obvio: cómo acomodar todo. ¿Por temas? ¿Por autores?
¿Por géneros? ¿Por épocas? Todavía es hora en la que debato internamente qué camino
seguir, uno de los mencionados o tal vez una mezcla de dos.
Son, calculo de manera laxa, siete u ocho mil títulos,
así que imponerles un orden oscila entre lo imprescindible y lo traumático.
Hasta ahora va ganando, en una primera etapa del acomodo, el criterio autoral,
y ya luego añadiré el temático. Por autoral
me refiero a lo evidente: la persona que firma el libro. Este criterio lo elegí
porque durante cuarenta años he querido reunir la obra completa, o lo que sea
posible, de aquellos escritores que tengo más cerca en mis querencias. Ya están
juntos, por ello, todos los libros que tengo de Reyes, Cortázar, Carpentier,
Borges y Luisa Valenzuela, entre otros. Son bloques macizos, compactos y más o
menos abrumadores. Sólo con este contingente tendría garantizado lo que me
queda de vida para releer. Otro conjunto, numeroso pero todavía caótico, es el
correspondiente a la literatura argentina, cerca de mil títulos.
Ignoro si en algún momento podré acercarme a mi ideal de biblioteca personal organizada; sospecho que no. Me conformaría con trazar un mapa donde pueda ver, así sea borrosamente, mi rostro de lector, lo que fui al buscar libros, y tal sería mi biblioautobiografía. En esa lucha estoy un día sí y otro también.