El verbo “echar” abraza 48 acepciones en el lexicón de la
Academia, apenas diez menos que el verbo “hacer”. Son muchas si pensamos que
verbos también comunes como “vivir” o “lograr” tienen 11 y 3 acepciones,
respectivamente. “Echar” siempre roza una sonoridad algo fea, no sé si por el
dígrafo “ch” o por qué. Su utilidad es notable, y en el español de México
aparece en varias expresiones en las que suele sentirse la presencia del habla
popular. Los usuarios menos esmerados de las redes y el Whatsapp tienen la
tenaz vocación de confundirlo con el verbo “hacer” en ciertas conjugaciones, y
escriben, por ejemplo, “Al rato me hecho la vuelta”. Como sucede en la
escritura de todo lo publicado en internet, tiene ya muy poco sentido enderezar
nada, así que, en mi caso, ha llegado hasta a gustarme la sobrepoblación de
torpezas merecedoras de escrutinio y vómito.
Como acostumbro operar en estas cápsulas inservibles,
paso veloz revista a lo que preambulo en el párrafo inicial. Van, pues, diez
casos de uso del verbo “echar” en locuciones o como sustantivos de rostro
coloquial. Hay, por supuesto, muchas variantes más. Esta muestra es apenas un
probete, como denominamos en México a lo que en círculos menos callejeros
llaman “degustación”.
Uno. Además de consumir, comer, ingerir tal o cual producto,
en nuestro país solemos usar el verbo “echar” para describir toda acción
alimenticia. Así, es común entre nosotros escuchar “Me eché un café”, “Fuimos a
echarnos unos tacos”, “¿Nos echamos una carnita asada?”
Dos. Como sustituto de “dormir la siesta” o “dormir
brevemente” a cualquier hora, no es infrecuente escuchar “Me eché una jeta”, “Se
echó una pestaña”, “Nos echamos un sueñito”.
Tres. A la acción de emitir flatulencias sobre todo de
índole estentórea (aunque también silenciosa cuando el olfato ajeno detecta un efluvio
delator) prácticamente no le decimos de otra forma: “Se echó un pedo”. No
faltan ahora, sin embargo, usuarios de los eufemismos algo afresados “Se echó
un gas” y “Se echó un pum”.
Cuatro. Si alguien mira algo a lo que por alguna razón es
necesario vigilar o revisar someramente, decimos que “Le echó un vistazo”. El sufijo
“azo” de la palabra “vista” insinúa que se trata de un acto rápido, sin mucha
solicitud: un golpe de vista.
Cinco. Visitar o ir sin gran compromiso a algún lugar es
“echar la vuelta”. Es entonces un recorrido que se hace con un fin exploratorio
o vagamente circunstancial. “Me eché la vuelta a la farmacia y sí está abierta”.
En México suele pasar que se convierte en reclamo o queja cuando la vuelta se
da de balde. “Me eché la vuelta de oquis”. “De oquis” es una locución adverbial
que tiene su explicación, pero no la doy aquí. Los argentinos no la usan. Allá
no dirían “Hice el trabajo de oquis”, sino “Hice el trabajo al pedo”.
Seis. Los alimentos, o las personas en sentido figurado,
se “echan a perder”. La locución expresa pues, en ambos casos, corrupción
física o moral.
Siete. Ayudar, socorrer, auxiliar es “echar una mano”.
Casi es una expresión literal: cuando alguien se hunde o está abrumado, le
damos la mano para sacarlo de donde está.
Ocho. De una brutalidad aterradora es el verbo “echar”
combinado con “un palo”. Es entre nuestra raza de bronce la manera más salvaje
de referirse a la interacción venérea entre un hombre y lo que se atraviese,
mujer u otro hombre. No es posible usar esta frase sin cierta devoción a la
vulgaridad.
Nueve. Para referirnos a la muerte violenta de alguien decimos
“se lo echaron”. Parece un eufemismo, pero al final termina por sonar peor que
“lo mataron”.
Y diez. Como sustantivo/adjetivo derivado del verbo “echar” tenemos “echón” o “echona”, persona que presume o fanfarronea con posesiones o méritos que posiblemente no tiene.