sábado, junio 04, 2022

Sábato rilkeano















Un libro que cualquier adicto literario tiene de cajón, sí o sí, es Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke. Se le puede conseguir hasta en el Oxxo y durante décadas ha sido reeditado y comentado en todas las lenguas, así que no me detengo mucho en él. La peculiar versión que tengo (editorial Dante, Mérida, Yucatán, 1987) trae una especie de copiloto: Cartas a un joven escritor, de Ernesto Sábato. He leído (releído en el caso de Rilke) ambos lotes de cartas y, dado que no conocía las de Sábato, me dejaron un excelente y nuevo sabor de espíritu.

Ignoro si son reales o ficticias, es decir, si el argentino en efecto tuvo un joven corresponsal con aspiraciones de escritor o si disfrazó un ensayo con el atuendo epistolar. Da igual, pues se trata de observaciones/recomendaciones de gran valor, claras y punzantes. No son muchas páginas, acaso treinta, pero contienen algunas nociones básicas sobre el ejercicio literario y sus alrededores, consejos que cualquiera, joven o no tan joven, puede tomar en consideración a la hora de intentar la cocción de literatura. Comparto unas cuantas que he dejado subrayadas con lápiz en mi libro.

Uno. …si uno come con un hombre que escaló el Himalaya, observando con suficiencia la forma en la que toma el cuchillo, uno incurre en la tentación de considerarse su igual o superior, olvidando (tratando de olvidar) que lo que está en juego para ese juicio es el Himalaya, no la comida.

Dos. Es que para admirar se necesita grandeza, aunque parezca paradójico. Y por eso tan pocas veces el creador es reconocido por sus contemporáneos: lo hace casi siempre la posteridad, o al menos esa especie de posteridad contemporánea que es el extranjero. La gente que está lejos.

Tres. Es entonces cuando además de talento o de genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos.

Cuatro. …para colmo, nadie te podrá garantizar lo porvenir, porvenir que en cualquier caso es triste: si fracasás, porque el fracaso es siempre penoso y, en el artista, es trágico; si triunfás, porque el triunfo es siempre una especie de vulgaridad, una suma de malentendidos, un manoseo…

Cinco. Dios no escribe ficciones: nacen de nuestra imperfección, del defectuoso mundo en el que nos obligaron a vivir. Yo no pedí que me nacieran, ni vos: nos trajeron a la fuerza.