Recuerdo que hace como una década, cuando padecía mi
mayor fiebre tuitera (por suerte ya curada hasta el abandono de esa lamentable
red social), traté de resumir en 140 caracteres una idea que hasta la fecha me acompaña:
los buenos formamos la inmensa mayoría, ciertamente, pero los otros tienen
armas. Creía y sigo creyendo que de poco sirve ser o sentirnos parte de los
mayoritarios “buenos” si de todos modos estamos desarmados.
No quiero decir con esto que se legalice/socialice el uso
de armas a la manera norteamericana para que de tal libertad pasemos, sin
solución de continuidad, a la ley de la selva. Quiero decir, más bien, que si
preguntamos a los elementos de seguridad ellos también afirmarán que son parte de
los “buenos”, quienes protegen a la ciudadanía, quienes velan por la integridad
de las personas y sus bienes. El problema aquí es que ellos sí andan armados y
al parecer no para intimidar/inhibir/detener/anular a los malos, sino para sumarse
a ellos por acción u omisión. No garantizar la seguridad de la ciudadanía es,
en el caso de las fuerzas del orden que en teoría deben tener el monopolio de
la violencia, una forma nada velada de ser parte del problema y no de la
solución.
Por lo anterior, y por el deplorable estado de la
seguridad en el país, se puede afirmar que la estrategia prometida de
mitigación de la violencia ya rebasó las colindancias del fracaso. Lejos de
disminuir, los índices de delincuencia en todas sus modalidades, llámese robo,
extorsión, secuestro, homicidio doloso, desaparición, han escalado, y las cifras revelan que
se trata, acaso, del mayor revés a la actual administración federal encabezada
por el presidente López Obrador. Más allá, pues, de la ingenua política de
“abrazos, no balazos”, lo que la población necesita es alguna módica certeza de
mejoría, el hecho irrefutable de saber que los “buenos” vamos ganando terreno
para la paz social perdida varios sexenios ha.
En sentido contrario a este posible avance prometido por la actual administración federal (sexenios pasan y pasan sin que cambie nada), todos los días nos enteramos de homicidios, de masacres, incluso de fusilamientos de los cuales queda macabro registro en video. Al respecto, el asesinato de dos jesuitas en Chihuahua el lunes pasado tiene aspecto de estación última para el tren de la muerte, pero mientras no se tome en serio este problema, peores noticias nos seguirán acuchillando.