sábado, mayo 14, 2022

Subsuelo de Salsipuedes












Ricardo Ragendorfer (La Paz, Bolivia, 1957) es uno de los periodistas más respetados en la Argentina actual. Su reputación se debe a la calidad de sus investigaciones y al estilo siempre picoso, siempre mordaz y siempre preciso de su escritura. Pero hay un plus en el que esta valoración de su trabajo tiene, creo, otro anclaje relevante: no opera en una parcela cómoda de la realidad, sino en el lado opuesto, en la zona temática más peligrosa del periodismo, la sección que en México lexicalizamos como “policial”. Ahora bien, el suyo no ha sido un periodismo de lo policial al uso, es decir, aquel que recoge y transcribe el parte de la autoridad para convertirlo de manera servil en nota tratada por lo común con prosa fósil sobre un robo, una violación, un asesinato, una extorsión, un secuestro, un enfrentamiento de bandas y todo aquello que habitualmente hace chorrear el morbo de los consumidores de noticias menos exigentes. Todos los países tienen ese periodismo bautizado como “amarillista”.

Hay otro tratamiento de lo criminal y es el que Ragendorfer ha puesto en práctica. Es el periodismo que ve —en un robo, una violación, un asesinato, una extorsión, un secuestro, un enfrentamiento de bandas y todo aquello que habitualmente hace chorrear el morbo de los consumidores de noticias menos exigentes— sólo la punta de icebergs que debajo de su línea de flotación esconden podredumbres misceláneas, vasos comunicantes entre los más variados actores de la delincuencia, sean los mismos delincuentes ya tipificados como tales, sean las autoridades que no les van a la zaga en materia de protervia o ambos en operaciones conjuntas.

De ese tipo de investigación han nacido cientos de reportajes espesos de datos y varios libros igualmente densos de información como La Bonaerense (escrito a cuatro manos con Carlos Dutil), La secta del gatillo, Los doblados y Patricia, de la lucha armada a la seguridad, entre otros. Uno de ellos, la compilación de artículos El otoño de los genocidas, lo reseñé aquí hace poco más de dos años. No repetiré lo que ya escribí sobre el autor, pero me permito un énfasis: leer a Ragendorfer tiene algo de adictivo sobre todo para quienes nos movemos en áreas del conocimiento, como la literatura, mucho menos viscosas. Sus textos nos permiten explorar, acompañados por guiños estilísticos plenos de mordacidad, el accionar nada abstracto, nada literaturizado, del hampa que hoy se desenvuelve con esquemas de trabajo que mucho aportarían en las cátedras de administración empresarial.

Aparte del periodismo, Ragendorfer también ha trabajado en espacios audiovisuales, casi todos disponibles en Youtube, casi todos inscritos en la temática criminal; además, como lo veremos aquí, ha incursionado ya en la narrativa ficcional con La maldición de Salsipuedes (Ediciones B, Buenos Aires, 2015, 216 pp.), su primera novela. Creo que se trata de un gran debut, lo que era más o menos previsible dadas las herramientas de reportero que domina. Digo más o menos porque no siempre es fácil pasar de la narrativa periodística a la de ficción, y al revés. Parecen lo mismo, pero no, y más allá de explicar por qué esto es así, se puede ver estadísticamente que no hay muchos novelistas que desplacen su escritura al reportaje o la crónica, ni coronistas o reporteros que se instalen sin conflicto en el sillón del novelista.

Ciertamente, Ragendorfer “incurre por primera vez en la ficción” con una novela que en lo temático no queda muy lejos de sus dominios. De hecho, la trama, los personajes y el lenguaje tienen la marca de RR, y si hay algunas diferencias con sus relatos reales publicados sobre todo en la prensa, estas son una mayor soltura del estilo, un humor (negrísimo) más visible y el hecho de entreverar con más complejidad el tiempo y el espacio de una historia concebida por la imaginación, no por la realidad. Ahora bien, detengámonos en la última diferencia: ¿esta historia, esta ficción, está muy lejos de la realidad? Hasta donde puedo ver, no. Al leer La maldición de Salsipuedes sentí que asistía al relato de una historia verídica, nada o casi nada distante de las espinosas tramas que con nombres, lugares y circunstancias reales Ragendorfer ventila a diario en espacios periodísticos.

No se trata pues de un divertimento. Aunque sepamos que lo contado es ficción y esta ficción se despliega en clave socarrona, lo interesante de la novela es la matriz investigativa que supone: la del delito común como punta de iceberg. Como en la realidad, Ragendorfer desliza la suspicacia, la duda, en la ficción: en la pequeña ciudad de Salsipuedes hay un asesinato que parece motivado por razones pasionales, pero, al rascar sobre su superficie, el asunto comienza a evidenciar un aspecto de raíz arbórea. Bajo el caso de un crimen de alcoba hay un submundo en el que se intersectan intereses económicos, políticos e ideológicos cuya conexión pone en movimiento los engranajes de la impunidad. Así, cualquier parecido con la vida real no es mera coincidencia.

Dividida en dos partes, 23 capítulos y un apartado que hace las veces de introducción, La maldición de Salsipuedes se erige como ejemplo de la putrefacción que pueden esconder los pueblitos en los que al parecer hay mucha gente de bien y nadie quiebra un plato. Aunque Salsipuedes (en una de las páginas se describe el origen de este pintoresco nombre) sí existe en la Provincia de Córdoba, debemos asumir que, por un lado, no importa la elección del lugar para instalar allí el origen de la historia, y, por otro, es funcional a los propósitos de la narración que sea un lugar algo oculto en el que viven varias familias adineradas, una casta con perfil conservador.

En Salsipuedes asesinan a Sara Palma de Materazzi, esposa de Florencio Materazzi, prestigiado odontólogo del lugar, quien en el momento del crimen participa en un torneo de paddle celebrado en Colonia, Uruguay. El desaguisado desata la voracidad de la prensa y es allí cuando Rudy Lavilla Grau, el abogado de Materazzi, contrata los servicios de Urtaín, un ex subcomisario de la Policía Federal ahora dedicado a ver insípidos casos de una aseguradora (más adelante, en otros capítulos, sabemos cuáles fueron las zancadillas del destino que frenaron la carrera de Urtaín en el servicio público). El ex subcomisario es contratado por Lavilla Grau para que investigue el crimen de la mujer y evitar el chismorreo de la prensa, y esta es la razón por la que se apersona en la Provincia de Córdoba. Poco a poco, Urtaín comienza a escarbar, y con base en la cosecha de algunos datos vislumbra las marranadas que burbujean en el fondo de la calamidad.

Vemos entonces que Urtaín pesca el nombre del mexicano (un tal Jesús, seudónimo de Alejandro Lara) que le afloja un mesero, y dado que su recolección avanza bien, comienzan los misteriosos obstáculos: matan a Farías, el mesero, y él, Urtaín, recibe una agresión que lo manda al hospital; luego, un albañil es encontrado culpable del crimen, pero Urtaín sabe que se trata de un chivo expiatorio a quien le han extraído la confesión de la culpa con procedimientos que en México sintetizó la técnica del tehuacanazo.

Urtaín es centrifugado de la investigación por los mismos que lo contrataron, pues sólo querían simular una investigación, y es aquí donde él decide seguir el rastro por la libre: descubre que cuatro tipos en los que media “amistad”, todos cercanos a Sara Palma de Materazzi, han trabajado en tareas represivas durante la última dictadura (76-83), uno de ellos el obispo Emilio Rádkovic. Todos saben que Urtaín sabe o que al menos sospecha, así que buscan neutralizarlo. Él huye para adelante, pues continúa su indagación, lo que lo pone cada vez en mayor riesgo. Los cuatro tipos que lo siguen conforman una parvada de buitres (un abogado, un dentista, un político y un religioso) que, dadas sus funciones durante el eufemístico Proceso de Reorganización Nacional, aprovecharon la coyuntura y se hicieron de propiedades muebles e inmuebles de víctimas del terrorismo de estado. En la dictadura no sólo hubo, entonces, apropiación de recién nacidos, sino otra apropiación que también es grave y en muchos casos permanece intocada hasta la fecha, con prestanombres: la del patrimonio ajeno.

Ciertas fallas en la estructura de la sociedad tetrapartita, cierta traición, ciertas preferencias sexuales inconfesas, la presencia de un sicario mexicano al que también es pertinente liquidar, el apoyo de un periodista y la ayuda de una colaboradora sorpresa permiten que Urtaín dé con el tuétano del misterio. Pero antes de llegar a esto, lamentablemente, la maldición de Salsipuedes cobra algunas víctimas.

Una ficción de esta índole, como dije párrafos atrás, no es tan ficticia cuando montamos su patrón, una especie de plantilla, sobre la realidad: debajo del poder, en lo profundo de la prosperidad, allá en los mantos subterráneos del éxito material, no es improbable encontrar abusos, atrocidad, despojo, mierda en suma. Ricardo Ragendorfer ha incurrido por primera vez en la ficción con una muy buena novela.

Comarca Lagunera, 8, 2 y 2022