miércoles, mayo 11, 2022

El golpe traidor

 









Entre otros géneros, en mi feis urdo de vez en vez conatos de crónica. Comparto un fragmento de ayer, para que tomen sus providencias, pues yo pensaba que esto era puritito cuento:

El sábado en la mañana desahogué mis actividades habituales. Primero, desayunar con Saúl, y después, atender la sesión del taller literario. A veces, para aprovechar el viaje al centro, me organizo con el médico para la consulta de rutina, y eso hice al terminar el taller. Dentro del consultorio había buen clima, aunque quizá un poco pasadito de frío, no sé. Al salir, subí al coche. Había quedado bajo el sol del mediodía y por dentro estaba a no menos de 45 grados, un horno de siderúrgica. Apenas me senté frente al volante, sentí una especie de macanazo en la nuca, como si la realidad me hubiera noqueado. Con todo y eso, todavía tenía tres pendientes y los atendí a rastras, con la sensación de que ya no tenía fuerza ni para levantar un vaso de agua. Vi a mi hija, pasé por unos libros y luego a una tienda por dos o tres productos que faltaban para la comida. Los minutos fueron pasando y no sé cómo pude manejar así, como si me hubieran sacado los huesos del cuerpo. Mi único deseo era llegar a mi cama y cerrar los ojos, desaparecer. Cuando entré a la casa, no saludé a Maribel, dejé los productos en la cocina y le dije que debía dormir urgentemente; contra mi costumbre, me despojé de la ropa como un borracho, tirándola al lado de la cama, y caí. Desperté como dos horas después. Maribel fue a tocarme en la frente y notó mi fiebre. Con su calidez habitual me atendió, me pasó medicamento y me dijo que me diera un regaderazo mientras ella preparaba mi comida. Poco después, yo ya estaba mucho mejor, sin fiebre y con apetito. Aunque sentía el fantasma del malestar, toda la tarde pude al menos vagabundear en Facebook y en Youtube. En la noche reapareció la febrícula, pero de inmediato fue aplacada a punta de Paracetamoles. Supuse que la culpa era de algún alimento, de alguna gorda del desayuno. Pero no, el estómago estaba incólume. El domingo, todavía tirado, algo débil y sin ánimo, consulté con mi hermana, que mucho sabe de todo esto, y concluyó que fue “un golpe de calor”. Me dio recomendaciones y me dijo que no me preocupara, pero que necesitaba dos o tres días para quedar bien. La moraleja de este relato es, al menos para mí, la siguiente: que a cierta edad ya no es posible pasar de frío a calor o de calor a frío sin consecuencias.

El calor me hacía antes los mandados; hoy no. Hoy, contra toda mi experiencia anterior, el calor de mayo, junio, julio y agosto es una posibilidad de zancadilla y derrumbe. Cuídense si viven en un infierno como el lagunero.