Hace
pocos días comenté en uno de mis talleres que la práctica de la literatura debe
permear todos los actos del escritor. Así, para soltar la mano, recomendé que
aprovecharan los temas planteados por el azar para urdir breves apuntes de
estilo esmerado que luego, quizá, puedan verse publicadas en alguna red social.
Dejo aquí tres ejemplos para ver si conllevan algún valor didáctico.
1. Toby, propietario de un homónimo
carromato vendedor de lonches, gorditas y burritos, tiene un grito peculiar
para sus clientes potenciales. Este grito sirve para explicar el uso y el
sentido de la coma en vocativo que casi nadie usa. Como se sabe, el vocativo es
“la palabra o grupo de palabras que se refieren al interlocutor y se emplean
para llamarlo o dirigirse a él de forma explícita”, y siempre debe ir entre
comas: “Ya voy, papá, salí un poco tarde”, “Sí, María, iré contigo”, “Adiós,
amigos”, “Viaja mucho, Pedro”, “Claro, profesor, tiene usted razón”, “No, güey,
no entendiste”. Pues bien, cuando el señor Toby ve que pasan jóvenes hombres o
mujeres, alza la voz y grita: “¡Muchachas, gordas!”, “¡Jóvenes, burros!”. En la
expresión oral las comas no se ven, y sólo se notan si hacemos una leve pausa.
Pese a eso, las dos frases anteriores se oyen así: “¡Muchachas gordas!”, “¡Jóvenes
burros!”, donde los sustantivos “gordas” y “burros” pasan a oírse como
adjetivos que califican a las “muchachas” y a los “jóvenes”. Eso mismo pasa si
uno no separa con coma el vocativo. Así, no es lo mismo decir que “Fulano fue
campeón, tonto” que “Fulano fue campeón tonto”. Todo cambia con esa simple
coma.
2. Ya sabemos que una política de las empresas
de alimentos es achicar los productos y evitar con esto el aumento de precio.
Por supuesto que los precios siguen aumentando, pero en teoría serían más altos
si los productos conservaran el tamaño o la cantidad originales, la que ya
conocíamos. Luego de reducir el tamaño, quizá lo que siga sea empeorar los
ingredientes. Esto funciona muy bien, sobre todo, con los productos procesados
y perecederos. El pan Bimbo, y aquí no discuto si es bueno o malo como
alimento, tenía antes rebanadas gruesas y esponjosas, las mismas que siguen
usando para los comerciales; pero la realidad es que ahora ofrece rebanadas
casi del grosor de una tortilla. Nadie puede hoy conservar unos roles de canela
de hace diez años para compararlos con unos de la actualidad. Si esto fuera
posible, terminaríamos suponiendo que en el futuro compraremos aire o, cuando
mucho, raciones apenas adecuadas para el mundo de Lilliput.
3. He puesto en funcionamiento el trapeador debido a los estragos provocados por la asquerosa tolvanera de ayer. Aunque en estricto sentido ya no es un trapo, sino un haz de hebras atadas a un palo, el trapeador es una herramienta maravillosa, útil para crear, junto con la escoba, la sensación de aseo en el interior de la madriguera sobre todo cuando el polvo nos azota. El verbo derivado del sustantivo “trapeador” es “trapear”, que en México solemos decir “trapiar”, dada la tendencia a diptongar la unión de ciertas vocales fuertes. Eso mismo hacemos en “pior”, “peliar” (que es agarrarse de los pelos, “pelear”), “quihacer”, “ventiar” y muchas otras palabras más.