Tanto
como la India o más, China es un país al que jamás entenderé. El tiempo que me
queda ya no me dará margen para comprender algo, así sea poco, sobre su
tremenda cultura y sobre el desafío que implica dimensionar en la cabeza un
conglomerado social con cientos de años de historia y, ahora, más de 1400
millones de habitantes. Los 365 días del año tal cantidad de seres humanos está
en movimiento para producir, de ahí que todos los países tiemblen ante el
avance y las proyecciones económicas del gigante asiático. Es pues poco lo que
sé, o sabemos, sobre China, fuera de que en los meses recientes se convirtió en
centro de atención tras aparecer en las noticias como cuna de la pandemia.
Para
saber bien bien de China es necesaria una curiosidad que debe durar toda la
vida. A quienes se dedican a estudiar lo chino se les llama “sinólogos”, esto
para no llamarlos, por eufonía, “chinólogos”. Es posible afirmar que el
mexicano José Vicente Anaya lo sea, según he podido vislumbrar en su semblanza. Nació en Villa Coronado, Chihuahua, en 1947, y es poeta,
periodista cultural, editor, traductor y ensayista. Estudió Ciencias Políticas
y Literatura en la UNAM. Entre otros, ha traducido a Ginsberg, Artaud, Miller,
ha colaborado en numerosas revistas y suplementos culturales, y es autor de más
de 25 libros. Fundador y codirector de la afamada Alforja, revista de poesía.
En Largueza del cuento
corto chino, recopilación, prólogo, traducción y notas de Anaya,
encontramos una probadita de la cultura china, en este caso literaria. Son
textos de formato breve, todos o casi todos articulados en clave de parábola o
lección, muchos de ellos no desprovistos de humor. El título elegido por Anaya
es certero: los textos son cortos, cierto, pero tienen en la conciencia del
lector un efecto expansivo, como un alargamiento del sentido apreciado a
primera vista. Aparece aquí, por ejemplo, el cuento chino más famoso en
Occidente, “El sueño de Chuang Chou”: “Hace mucho tiempo, yo, Chuang Chou, soñé
que era una mariposa que al volar se había llenado de gozo. En el sueño yo
ignoraba ser Chuang Chou. De pronto desperté y volví a ser el verdadero Chuang
Chou; pero no sabía si Chuang Chou había soñado que era una mariposa, o si una
mariposa estaba soñando que era Chuang Chou”.
Todos los cuentos de este libro ofrecen “algo”, un plus que
nos lleva a la reflexión o a la sonrisa, como “El infierno”: “Ta Mo, el gran
maestro fundador del budismo Chan, estuvo discutiendo con el emperador sobre si
existía o no el infierno. El emperador negaba rotundamente que existiera,
mientras que Ta Mo lo afirmaba. Cada vez que Ta Mo argumentaba su convicción,
el emperador se molestaba más y más hasta que terminó enfurecido insultando al
maestro. Ta Mo, sin perder la serenidad, le dijo: —¿Ya se percató su alteza de
que el infierno existe, y de que en este momento su señoría está en él?”
Largueza
del cuento corto chino es una muy
afortunada compilación de José Vicente Anaya. Comparto sus datos editoriales
para que lo busquen y, si es posible, lo lean: Almadía, 2010, Oaxaca de Juárez,
187 pp.