Durante
la pandemia ha sido ideal una novela gorda para despachar el crepúsculo de cada
día, y si a la gordura añadimos calidad narrativa entonces podemos dar por muy
bien usados los minutos que preceden al descanso. El libro al que me refiero es
Últimas pasiones del caballero Almafiera,
portento de 500 páginas escrito por Juan Eslava Galán (Jaén, 1948), autor del
que he venido devorando libros hasta concluir en un aserto que no por personal riñe
con la posibilidad de ser útil para cualquier desocupado lector: es mi escritor
español favorito vivo.
A
Eslava Galán lo sigo desde finales de los ochenta, cuando en México tuvo alguna
módica circulación En busca del unicornio,
novela ganadora del Premio Planeta 1987. La leí y jamás la olvidé, tanto que
conseguir más libros de su autor se convirtió en asignatura pendiente durante
años. Tuvo que llegar el 2019 para suplicar a dos viajeros que me pescaran equis
y zeta libros en Madrid. Así fue como me hice de Últimas pasiones… y al leerlo reencontré el dominio de su autor para
reconstruir, en términos de lenguaje y mentalidad, una historia añeja, en este
caso ubicada hacia 1212, en el Medievo.
Gualberto
de Marignane, protagonista del relato, es un caballero fogueado en mil trotes
militares y amorosos en Oriente. Vuelve al sur de Francia/norte de España y
encuentra que su feudo ha sido enajenado, por lo que busca entrevistarse con
autoridades que quizá lo escuchen y también quizá le devuelvan lo que es suyo.
En el trance, empobrecido y golpeado de ánimo, se topa con los preparativos de
una cruzada de varios reinos cristianos para encarar al moro y replegarlo hacia
el sur de la península. Un poco sin querer, un poco queriendo, se inmiscuye en
los asuntos de esa guerra y en tales peripecias conoce a doña Eliabel, beldad
“malmaridada” con un noble que la trata mal y con quien ella es infeliz.
Todo
sucede pues entre campañas militares, iglesias, castillos, caminos y paisajes
del corazón de España, y hasta acá parece una novela más entre las muchas que
podemos encontrar con ambientación “histórica”. El plus de Eslava Galán está,
claro, en la forma, en el dominio de un instrumental lingüístico y de un estilo
que, con saber a antiguo, no deja de parecernos actual y harto poético, casi
como diciéndonos que el castellano del siglo XIII ya tenía la plasticidad cuyo
esplendor llegó tres siglos luego.
Apenas
me queda un renglón para celebrar que toda la novela está atravesada por altos
registros de humor y no toda, pero sí en dosis exactas, por un sabroso
erotismo. Si estos dos ingredientes no seducen para buscarla y leerla, entonces
no sé qué más puedo agregar.