La cuarentena crea otro tiempo, un tiempo distinto al que estamos habituados. Es, en palabras del escritor Antonio Ramos Revillas, como un domingo perpetuo o más que eso: una especie de primero de enero extenso y sin recalentado. Nada más deseable, por ello, que termine pronto, que la contingencia sea trascendida sin mayores sobresaltos, pues mucha gente, además de los infectados y sus familias, la está pasando muy mal en términos laborales y de ingreso.
En
el ritmo lento de estas horas me sorprendí mascullando versos de poemas y
canciones. Es un ejercicio divertido que hace muchos años me fue sugerido por
Borges en un ensayo sobre las inscripciones de los carros, esas frases a veces
chuscas, a veces intrigantes, que los choferes suelen pintar en las defensas de
sus vehículos. Con tiempo de más por el encierro obligatorio es posible reparar
en estas minucias y poner bien los ojos en aquello que ya no vemos porque nos
es cotidiano. Pongo un ejemplo para que se vea que en todo producto sintáctico,
por humilde que sea, es posible encontrar la maravilla de la combinatoria
verbal.
En
el huapango titulado “La malagueña” asombra desde ya que una pieza en formato
de huapango lleve como título ese gentilicio tan lejano. “Malagueña” es mujer
de Málaga, ciudad andaluza de España en la que nacieron, entre otros, Picasso y
Antonio Banderas. ¿Qué relación puede tener una malagueña con la región
huasteca? No sé. Pero sigamos. La canción empieza con esta estrofa: “Qué
bonitos ojos tienes / debajo de esas dos cejas / ellos me quieren mirar / pero
si tú no los dejas / ni siquiera parpadear”. Vemos aquí un sentimiento genuino
de fascinación por unos ojos malagueños, aunque desde el punto de vista verbal
exhiba gran candor. Digamos que el “qué” enfático del primer verso deja claro,
en efecto, la belleza de los ojos elogiados: “Qué bonitos ojos tienes”. Luego
de esto, todo el segundo verso es innecesario, por obvio: los ojos suelen estar
debajo de las cejas que a su vez suelen ser dos. Esos ojos quieren
mirar, pero luego viene el condicional “si”, también innecesario porque no
condiciona nada, así que debería ser “pero tú no los dejas…”. En el remate de
la estrofa se afirma que no los deja parpadear, lo cual parece una
contradicción, pues uno siente que la malagueña los tiene peligrosa y
permanentemente abiertos.
No
me alargo. Sólo reitero que en todo producto textual puede haber minucias para
el análisis. El caso es tener tiempo para brindarles atención.