miércoles, marzo 25, 2020

Homo chípil














La soledad nunca ha tenido buena prensa. Vivir solo, elegir la soledad, es percibido por la manada como una anomalía, de ahí que al solitario se le vea con recelo y a veces conmiseración. No podría ser de otra manera, pues somos animales gregarios, mamíferos de clan. Por esto es que inquieta tanto la ruptura de los lazos sociales obligada por la contingencia que hoy atravesamos. No nos basta con la familia, queremos vincularnos, salir, interactuar, sentir que somos parte de un conglomerado y caminar libremente por la jungla. La soledad no parece ser una buena compañera.
Ahora que he estado solo vi capítulos de Supervivencia al desnudo, programa de Discovery Channel. Aunque es una producción en la que se supone no han puesto en riesgo de muerte a los participantes, da la impresión de que los abandonaron a su suerte en sitios inhóspitos. Lo que procura este programa es crear la atmósfera genuina de adversidad ante el entorno, pues a los protagonistas se les ha arrojado en pelotas y sólo proveídos de cuatro objetos: un arma/herramienta para cada uno, una cacerola y un iniciador de fuego.
En el capítulo que más llamó mi atención, dos parejas, cada una conformada por un hombre y una mujer, fueron ubicadas en la sabana africana, cerca de un río casi seco y un montón de animales salvajes alrededor. Mientras la energía no se les iba, los protagonistas obtuvieron cuero de animal muerto y con eso pudieron hacerse unas sandalias. La posibilidad de caminar con menos peligro ante las espinas les dio margen para buscar comida, sobre todo algún tipo de carne para insumir proteína. Cazaron algunas serpientes, bagres y un jabalí. En ningún momento hicieron nada por cuidar su apariencia o los modales para comer, y de alguna manera vivieron más de diez días en la Edad de Piedra.
Aunque se trata de un programa, reitero, con la adversidad bien controlada, no dejó de hacerme reflexionar en su contracara: la vida que hoy tenemos durante la cuarentena. Cierto que están temporalmente cortados nuestros vínculos sociales, pero no estamos solos y en medio del África, sino en nuestras casas, con agua corriente, electricidad, alimento e internet. Bien visto, para la mayoría esto es un edén, lo que jamás hubieran soñado nuestros ancestros, de ahí que debamos quedarnos en casa sin tanta queja. Pero somos ya muy chípiles y hoy cualquier mínimo malestar nos apachurra. No quiero pensar qué pasaría si alguna vez se nos exige un poco más.