La
soledad nunca ha tenido buena prensa. Vivir solo, elegir la soledad, es
percibido por la manada como una anomalía, de ahí que al solitario se le vea
con recelo y a veces conmiseración. No podría ser de otra manera, pues somos
animales gregarios, mamíferos de clan. Por esto es que inquieta tanto la
ruptura de los lazos sociales obligada por la contingencia que hoy atravesamos.
No nos basta con la familia, queremos vincularnos, salir, interactuar, sentir
que somos parte de un conglomerado y caminar libremente por la jungla. La
soledad no parece ser una buena compañera.
Ahora
que he estado solo vi capítulos de Supervivencia
al desnudo, programa de Discovery Channel. Aunque es una producción en la
que se supone no han puesto en riesgo de muerte a los participantes, da la
impresión de que los abandonaron a su suerte en sitios inhóspitos. Lo que
procura este programa es crear la atmósfera genuina de adversidad ante el
entorno, pues a los protagonistas se les ha arrojado en pelotas y sólo
proveídos de cuatro objetos: un arma/herramienta para cada uno, una cacerola y
un iniciador de fuego.
En
el capítulo que más llamó mi atención, dos parejas, cada una conformada por un
hombre y una mujer, fueron ubicadas en la sabana africana, cerca de un río casi
seco y un montón de animales salvajes alrededor. Mientras la energía no se les
iba, los protagonistas obtuvieron cuero de animal muerto y con eso pudieron
hacerse unas sandalias. La posibilidad de caminar con menos peligro ante las
espinas les dio margen para buscar comida, sobre todo algún tipo de carne para insumir
proteína. Cazaron algunas serpientes, bagres y un jabalí. En ningún momento
hicieron nada por cuidar su apariencia o los modales para comer, y de alguna
manera vivieron más de diez días en la Edad de Piedra.
Aunque
se trata de un programa, reitero, con la adversidad bien controlada, no dejó de
hacerme reflexionar en su contracara: la vida que hoy tenemos durante la
cuarentena. Cierto que están temporalmente cortados nuestros vínculos sociales,
pero no estamos solos y en medio del África, sino en nuestras casas, con agua
corriente, electricidad, alimento e internet. Bien visto, para la mayoría esto es
un edén, lo que jamás hubieran soñado nuestros ancestros, de ahí que debamos
quedarnos en casa sin tanta queja. Pero somos ya muy chípiles y hoy cualquier mínimo
malestar nos apachurra. No quiero pensar qué pasaría si alguna vez se nos exige
un poco más.