Cualquier navegante de internet sabe a qué me refiero cuando
hablo de demasiada información en la red. Es tanta, tan variada y torrencial
que se congestiona en nuestros sistemas de recepción y no nos permite ver más
que una nebulosa mancha de mensajes, cifras e imágenes. Es, claro, una
paradoja: jamás pensamos que íbamos a quedar en la lona informativa por exceso
de información, casi como quien no puede digerir por exceso de alimento.
No hace mucho, un periódico, un noticiero de televisión y
alguno de radio nos abastecían. Podían decirnos la verdad, podían mentirnos
(quizá más esto que lo otro), pero al final terminábamos con alguna certeza
bien apretada en el puño: “Lo dijo Jacobo en 24 Horas; por tanto, es cierto”. Hoy, con miles de Jacobos hablando
al mismo tiempo, contradiciéndose al mismo tiempo, la impresión que queda es
que no sabemos nada de nada.
No quiero afirmar con esto que haya sido mejor el monopolio
de la información que el maremagno noticioso del presente. Lo que planteo es
pensar y repensar cómo nos movemos en la selva actual, a qué le damos crédito
y, sobre todo, qué compartimos. Si entre la información confiable se filtran toneladas de notas con datos deliberadamente erróneos y gritones, poco haremos
para calmar la inquietud social. En el caso de la pandemia, por supuesto, la
primera fuente de información es la oficial, la información emitida por especialistas en
salud pública, no la que brota sin ton ni son sólo para desatar alarmas ya de
por sí activadas.
Hoy como nunca asistimos a la primera contingencia sanitaria
global, y nunca como en estas semanas el planeta entero ha vivido con tanta
zozobra. Como todos estamos conectados, la pandemia inclina a que las notas
falsas corran sin fronteras y aticen aún más la angustia social, pues al
peligro del contagio le viene aparejado el peligro económico, la turbulencia en
las bolsas, el aumento en el precio del dólar, el desabasto de víveres y
medicamento, la pérdida de empleos, el colapso de los sistemas de salud pública.
En tal escenario poco o nada ayuda diseminar rumores recién pescados en
Whatsapp o, peor, inventarlos con ánimo experimental, lo que obviamente no
incluye el meme explícito que con humor trata de paliar en algo el estrés.
Atender las indicaciones de las autoridades es lo que podemos
hacer para colaborar en la crisis, y de paso elegir con atención nuestras
fuentes informativas. Es poco y es mucho a la vez. Habrá que hacerlo.