Acostumbrado como todos nos acostumbramos a lo malo, sólo me
había quejado de los retenes en conversaciones de sobremesa. Son, siempre lo
han sido, una mierda, y al multiplicarse como chancros por toda la región no me
quedó otra que asumir su presencia como natural. Pero no son ni deberían ser lo
normal; de hecho, son atípicos y atentatorios contra la letra de nuestra muy
remendada Constitución: “Artículo 16. Nadie puede ser molestado en su persona,
familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito
de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento”.
Lejos de no ser molestados, los ciudadanos vivimos en un permanente
e irritante filtro: apenas salimos de casa cuando ya nos espera por allí, con
los brazos abiertos, algún retén. La variedad de sus misiones es pasmosa: nos
detienen para asuntos relacionados con el vencimiento de las placas, por
consumo de alcohol, por posible narcotráfico, por hipotética portación de
armas, para que mitiguemos la velocidad, para preguntarnos hacia dónde vamos y
hasta para saludarnos en plan buena onda.
Aunque en teoría y por ley no deben existir, voy de acuerdo
(esta expresión es recurrente en cualquier diálogo lagunero) en que haya algún
retén de vez en cuando y sólo para procedimientos inmediatos como el del
alcoholímetro, que de todos modos en el fondo suele ser una medida más
recaudatoria que securitista. A los conductores sin placas o con placas
vencidas se les puede seguir un procedimiento de otro tipo ajeno por completo a
los retenes. En cuanto a los filtros colocados para repeler o mitigar el
narcotráfico, tal vez sean el tipo de retén más vacuo de la historia; su fin es
dar la impresión de que la autoridad hace como que hace, pero no han servido
para nada que no sea fastidiar a la ciudadanía.
Por otro lado, cuando pienso en los retenes no puedo no
recordar los videos del diputado Fernández Noroña, quien retaba a elementos de
retén y aseguraba que iba a pasar sin mostrar nada, ni documentos ni nada.
Claro, el fuero lo socorría, pero no estaba mal como ejemplo de lo que
podríamos hacer todos si nos apegáramos un poco al espíritu de nuestras leyes.
En general, uno piensa que se hace sospechoso si invoca la ley para evitar las
revisiones, así que para no perder más tiempo aceptamos abnegados el abuso de
la autoridad. Pensamos, en fin, que es mejor contestar a dos o tres preguntas de rutina que
contradecir para hacer valer nuestro derecho.