Además de ser un tema caro en el arte y la filosofía, la
muerte tiene mucha tela para cortar y zurcir en materia sociológica. Esto lo
entendió muy bien Norbert Elias en los ochenta, década en la que apareció,
primero en alemán (1982), luego en otras lenguas como el español (1987), La soledad de los moribundos, libro que
recorre el antes y el ahora sobre la percepción social de la agonía humana y su
desenlace natural. Aunque podemos decir que es un libro algo viejo, su cuarta
reimpresión de 2018 por el FCE constituye una forma indirecta de afirmar que
sigue vigente.
Elias (1897-1990) explora diferentes percepciones sociales de
la muerte en función, sobre todo, de las circunstancias que rodeaban al
moribundo en el pasado y las circunstancias que rodean al mismo sujeto en
tiempos más cercanos. En este sentido, se pueden establecer dos amplias visiones:
a mayor inseguridad de la vida en el pasado, más certeza de que la muerte es
una presencia cotidiana, algo normal, un hecho tan próximo que los viejos
morían en sus casas, rodeados por el clan; en sentido opuesto, a mayor
seguridad, la muerte poco a poco fue adquiriendo una aire distante, es algo que
le pasa a otro, de suerte que morir, o ir muriendo en la vejez, se convierte en
un problema para quienes no han sido entrenados en el trato con moribundos.
“La actitud ante el hecho de morir, la imagen de la muerte en
nuestras sociedades no pueden entenderse cabalmente sin relacionarlas con esta
seguridad y previsibilidad del curso de la vida relativamente mayores. La vida
se hace más larga, la muerte se aplaza más. Ya no es cotidiana la contemplación
de moribundos y muertos”, observa Elias, de ahí que la muerte y los muertos nos
parezcan tan ajenos.
En lo personal y antes de haber cruzado las páginas de este
libro, siempre hablaba de mi juventud con una formulación retórica: “Cuando yo
era inmortal…”. Con esto me refería a que en cierta época jamás pensé en la
muerte como algo mínimamente próximo, pero luego, más o menos cuando atravesé
la cuarta década de mi tiempo sobre el mundo, de golpe me atenazó esta idea:
moriré, certeza que jamás, siquiera, me sobrevoló desde que nací hasta que el
anuncio de la finitud —de mi finitud— fue vislumbrado en un primer achaque.
Con prólogo de Fátima Fernández Christlieb, La soledad de los moribundos es un
excelente libro para (ni modo) prepararnos ante la amenaza de una soledad que a
muchos ya nos pisa los de Aquiles.