miércoles, marzo 11, 2020

Eso de morir




















Además de ser un tema caro en el arte y la filosofía, la muerte tiene mucha tela para cortar y zurcir en materia sociológica. Esto lo entendió muy bien Norbert Elias en los ochenta, década en la que apareció, primero en alemán (1982), luego en otras lenguas como el español (1987), La soledad de los moribundos, libro que recorre el antes y el ahora sobre la percepción social de la agonía humana y su desenlace natural. Aunque podemos decir que es un libro algo viejo, su cuarta reimpresión de 2018 por el FCE constituye una forma indirecta de afirmar que sigue vigente.
Elias (1897-1990) explora diferentes percepciones sociales de la muerte en función, sobre todo, de las circunstancias que rodeaban al moribundo en el pasado y las circunstancias que rodean al mismo sujeto en tiempos más cercanos. En este sentido, se pueden establecer dos amplias visiones: a mayor inseguridad de la vida en el pasado, más certeza de que la muerte es una presencia cotidiana, algo normal, un hecho tan próximo que los viejos morían en sus casas, rodeados por el clan; en sentido opuesto, a mayor seguridad, la muerte poco a poco fue adquiriendo una aire distante, es algo que le pasa a otro, de suerte que morir, o ir muriendo en la vejez, se convierte en un problema para quienes no han sido entrenados en el trato con moribundos.
“La actitud ante el hecho de morir, la imagen de la muerte en nuestras sociedades no pueden entenderse cabalmente sin relacionarlas con esta seguridad y previsibilidad del curso de la vida relativamente mayores. La vida se hace más larga, la muerte se aplaza más. Ya no es cotidiana la contemplación de moribundos y muertos”, observa Elias, de ahí que la muerte y los muertos nos parezcan tan ajenos.
En lo personal y antes de haber cruzado las páginas de este libro, siempre hablaba de mi juventud con una formulación retórica: “Cuando yo era inmortal…”. Con esto me refería a que en cierta época jamás pensé en la muerte como algo mínimamente próximo, pero luego, más o menos cuando atravesé la cuarta década de mi tiempo sobre el mundo, de golpe me atenazó esta idea: moriré, certeza que jamás, siquiera, me sobrevoló desde que nací hasta que el anuncio de la finitud —de mi finitud— fue vislumbrado en un primer achaque.
Con prólogo de Fátima Fernández Christlieb, La soledad de los moribundos es un excelente libro para (ni modo) prepararnos ante la amenaza de una soledad que a muchos ya nos pisa los de Aquiles.