sábado, marzo 21, 2020

Distopía sin internet














Se me ocurrió observar en las redes que en este momento llegan gratis las obras completas de Camus, de Sartre, accesos a bibliotecas enteras, a pinacotecas, filmotecas, repositorios... y no abro nada porque afortunadamente siempre tengo a la vista libros de papel pendientes de lectura. También llegan libros en PDF de escritores que uno tiene de contactos. Tampoco los abro. No abro nada, sólo veo que como flechas pasan y pasan enlaces, archivos, ofrecimientos. Supongo que la mayoría hace lo mismo: ante la superabundancia de información, cada quien se queda con lo suyo y no abre nada recién llegado. En mi caso esto no significa que pueda pitorrearme del poeta cuyo PDF no abre nadie. Él o ella hicieron su lucha, ofrecieron lo que tienen. Haya sido por solidaridad o vanidad, da lo mismo, allí está su trabajo, puesto a merced por ellos mismos precisamente porque no todo mundo nació siendo Nabocov. Quizá podríamos ser menos drásticos y aceptar que quien así lo quiera comparta un PDF con poemas de incierta calidad y no un video de Chumel Torres. Finalmente los receptores del PDF ignorarán por igual a Goethe que al poeta de la esquina. Para qué hacer pues burla de esto. Cada quien hace la lucha como puede, no todos tienen el honor de publicar en Gallimard o en Alfaguara. Muchos escritores hay (me incluyo) a los que no conoce ni dios, pero eso no significa que no quieran ser, alguna milagrosa vez, leídos.
Luego de esto pensé en lo asombroso que es, si lo vemos con más detenimiento, la llegada de este preApocalipsis en tiempos de internet. Cierto que hay demasiada información, demasiadas fake news, demasiado ofrecimiento de enlaces y pe-de-efes gratuitos, demasiados chistes, demasiado ruido en suma, pero pese a esto tal realidad es mucho mejor que no tener a la mano una herramienta para salir al mundo en medio del encierro obligatorio. Imaginé entonces una pandemia sin red, es decir, una cuarentena hace treinta años. ¿Con qué recursos nos hubiéramos encerrado? Tendríamos televisión abierta, periódicos y libros de papel. Los niños buscarían entretenerse sólo con cuadernos para colorear y juguetes de plástico. La familia jugaría serpientes y escaleras, lotería, naipes… y el paso del tiempo sería muy distinto. Pese a todo, pues, internet hace llevadero el encierro. Lo único que no podemos hacer es presumir nuestros platillos en restaurantes exóticos.