Se
me ocurrió observar en las redes que en este momento llegan gratis las obras completas de Camus, de Sartre,
accesos a bibliotecas enteras, a pinacotecas, filmotecas, repositorios... y no
abro nada porque afortunadamente siempre tengo a la vista libros de papel
pendientes de lectura. También llegan libros en PDF de escritores que uno tiene
de contactos. Tampoco los abro. No abro nada, sólo veo que como flechas pasan y
pasan enlaces, archivos, ofrecimientos. Supongo que la mayoría hace lo mismo:
ante la superabundancia de información, cada quien
se queda con lo suyo y no abre nada recién llegado. En mi caso esto no
significa que pueda pitorrearme del poeta cuyo PDF no abre nadie. Él o ella
hicieron su lucha, ofrecieron lo que tienen. Haya sido por solidaridad o
vanidad, da lo mismo, allí está su trabajo, puesto a merced por ellos mismos
precisamente porque no todo mundo nació siendo Nabocov. Quizá podríamos ser
menos drásticos y aceptar que quien así lo quiera comparta un PDF con poemas de
incierta calidad y no un video de Chumel Torres. Finalmente los receptores del
PDF ignorarán por igual a Goethe que al poeta de la esquina. Para qué hacer
pues burla de esto. Cada quien hace la lucha como puede, no todos tienen el
honor de publicar en Gallimard o en Alfaguara. Muchos escritores hay (me
incluyo) a los que no conoce ni dios, pero eso no significa que no quieran ser,
alguna milagrosa vez, leídos.
Luego
de esto pensé en lo asombroso que es, si lo vemos con más detenimiento, la
llegada de este preApocalipsis en tiempos de internet. Cierto que hay demasiada
información, demasiadas fake news, demasiado
ofrecimiento de enlaces y pe-de-efes gratuitos, demasiados chistes, demasiado
ruido en suma, pero pese a esto tal realidad es mucho mejor que no tener a la
mano una herramienta para salir al mundo en medio del encierro obligatorio.
Imaginé entonces una pandemia sin red, es decir, una cuarentena hace treinta
años. ¿Con qué recursos nos hubiéramos encerrado? Tendríamos televisión
abierta, periódicos y libros de papel. Los niños buscarían entretenerse sólo
con cuadernos para colorear y juguetes de plástico. La familia jugaría
serpientes y escaleras, lotería, naipes… y el paso del tiempo sería muy
distinto. Pese a todo, pues, internet hace llevadero el encierro. Lo único que
no podemos hacer es presumir nuestros platillos en restaurantes exóticos.