Mario Ernesto O’Donnell es un médico, escritor e historiador
argentino mejor conocido como Pacho, Pacho O’Donnell. Nació en Buenos Aires
hacia 1941, y cada vez que encuentro algo escrito o dicho por él no puedo no
reconocer la agudeza de su ojo, la puntería de su mirada crítica. Hace poco,
por ejemplo, me asomé a una entrevista y ante la pregunta “¿Qué es ser viejo?”,
O’Donnel respondió lo que sigue: “Ser viejo indudablemente, en una sociedad de
consumo como la que vivimos, es ser un objeto de descarte porque realmente los
viejos consumimos muy poco o nada. Usted habrá visto en la televisión que no
hay avisos dirigidos a los viejos. Los avisos están dirigidos a los jóvenes o a
los adultos (…) El viejo además tiene una crisis porque antes se suponía que
era sabio, el conocimiento era acumulativo, es decir, mientras más viejo eras,
más sabías porque habías acumulado más conocimiento, más experiencia. Ahora un
chico de doce años sabe más que yo de cosas que la sociedad privilegia; yo no
sé manejar los hashtags y el internet
como lo maneja un chico de doce años. El viejo ha perdido el rol social que se
le adjudicaba. El viejo sigue siendo indudablemente un foco de sabiduría,
justamente por la experiencia, pero es algo que en este momento no se
valoriza”.
No soy viejo todavía, o creo que no lo soy aunque ya ando en vías
de serlo “a la mayor brevedad posible”, para decirlo burocráticamente, pero en
efecto he notado que desde hace algunos años ser viejo es ser invisible, es
desaparecer antes de que la muerte haga su rutinario jale. O’Donnell comenta
que en la tele no hay comerciales para viejos, y yo ampliaría que —salvo los
hospitales, las empresas dedicadas a las pompas fúnebres y sus adláteres
vendedoras de cómodos, bastones y andaderas— nada hay que les dé entidad, que
los visibilice.
Del terror al deterioro físico inoculado por la publicidad se
deriva precisamente el fenómeno de la chavorruquez. Quiero recordar a los
viejos de mi juventud, a quienes tenían sesenta o poco más cuando yo rasguñaba
los treinta, y en mi memoria aparecen señores con ropa demodé, peinados con estilacho de antes y decorados con lentes feos
y de gran aumento. Hoy, al contrario, como dicen que los cincuenta o sesenta
son los nuevos cuarenta, y en casos extremos (no ajenos a la cirugía) hasta
los treinta, lo ruco no necesariamente sofoca lo cool. Ahí está la clave: hay que andar en modo cool aunque el pellejo declare lo contrario.