Publicar un libro en La Laguna no es difícil si el propio
autor decide financiarlo, pues ya contamos con, al menos, dos o tres imprentas
que trabajan muy bien y hay varios jóvenes editores que conocen los rudimentos
básicos del oficio. El problema de publicar surge si uno aspira a que una
institución pública o privada quiera arropar tal o cual libro. Lamentablemente
no tenemos ninguna editorial consolidada en La Laguna y las instituciones
(gobiernos, universidades, centros culturales…) no tienen una política
editorial sostenida. Hay casos aislados de instituciones que impulsan la
publicación, pero son tan pocos que no logran cubrir la demanda de propuestas.
Muchos escritores e investigadores de la localidad, por ello, deben buscar
auspicios fuera de la región o de plano autofinanciar sus proyectos.
Por otro lado, vivimos en una región con magra cantidad de
lectores, y en esto no nos diferenciamos mucho de los habitantes del resto del
país. Los laguneros leemos poco, tenemos pocas librerías y bibliotecas, y
carecemos del hábito de leer como parte de la vida cotidiana. Aunque la
dinámica ha cambiado poco a poco, seguimos siendo una comunidad más inclinada a
las actividades productivas vinculadas con la industria y el comercio que una
comunidad cercana a los bienes del espíritu. Esto ha mejorado en los últimos
treinta años con la creación de espacios como el Museo Arocena, el Teatro
Nazas, la restauración del Teatro Isauro Martínez, el Museo del Algodón, la llegada
de las librerías Gandhi o El Astillero y demás, pero en lo editorial seguimos
rezagados con respecto a otras zonas del país. En una palabra, el libro todavía
no es un producto habitual en la canasta básica del lagunero.
Creo que podría ayudar mucho que las instituciones (gobiernos
municipales, universidades, centros culturales e iniciativa privada) incluyan
entre sus proyectos el de publicar a los autores locales. Principalmente las
universidades, ya que en teoría deben ser, además de formadoras dentro del
aula, difusoras del conocimiento y la creatividad por medio de la palabra
escrita. Ahora bien, los caminos para formar lectores son varios y nada
excluyentes: que las escuelas dediquen tiempo a la lectura, que los medios
difundan el valor del libro, que los padres de familia lean con sus hijos
pequeños, que los universitarios debatan a partir de tal o cual autor, que las
instancias culturales presenten libros u organicen ferias, etcétera. Todos
podemos hacer algo por el hábito de la lectura. La responsabilidad no recae
sólo en quienes se dedican a editar o escribir.