Vicente
Francisco Torres, acaso uno de los principales críticos mexicanos de literatura
policial, publicó en 2019 un ensayo que
acabo de recibir y de leer. Su título es “El relato criminal mexicano en antologías” (Dura, revista de literatura criminal hispana),
y al referirse a uno de mis cuentos publicado en Latinoir (NitroPress-UANL, 2018), señala, para mi asombro, que “es
todo un acierto que muestra a un narrador que tiene garra de autor policial”.
Cierto que me gusta, pero nunca me he sentido particularmente inclinado a
trabajar este género de historias. Pasó que escribí Leyenda Morgan aguijado por mi curiosidad, pero jamás quise, ni
quiero, aunque en el futuro reincida en esto, ser narrador del inframundo criminal.
Me sorprende y agradezco pues que el maestro Torres haya considerado mis
cuentos en su largo periplo crítico por la narrativa policial de nuestro país.
Pasados quince años después de escritas, esas historias han encontrado a otro
crítico de la talla de Federico Campbell, quien también les vio algo bueno.
Maestro
de la Universidad Autónoma Metropolitana, Vicente Francisco Torres escribió lo
siguiente:
…
El cuento con que aquí participa me hizo ir a mi librero en donde estaba Leyenda Morgan. Cinco casos de sensacional policiaco (2009), que incluso tenía yo
en una segunda edición de 2011 en donde ya había un cuento menos. Me sumergí
con entusiasmo en el libro y encontré a un detective parecido a Filiberto
García, el protagonista de El complot
mongol. El teniente Morgan tiene un habla coloquial y desenfadada. Por
momentos, como Filiberto García, pisa el dintel de los criminales. Si bien
estos cuentos se apegan a las disquisiciones del relato de enigma, su lenguaje,
sus escenarios, sus personajes, su visión del mundo y sus mismos temas los
ubican en el género negro porque su detective no restaura un orden burgués,
sino muestra el mundo, lo patea y se marcha en busca de las curvas de una
mujer, la penumbra de un bar o el refugio de una rockola en donde siempre
suenan Los Cadetes de Linares.
En
estos días en que se hermana la narrativa negra con la historieta, es notable
que en Leyenda Morgan aparezca no una
adaptación de la narrativa, sino lo que dicen las imágenes de Rubén Escalante
Alonso puede leerse como parte del relato.
Primitivo
Machuca Morales, a disgusto con su nombre, adoptó el alias de Morgan que le
dieron en su adolescencia por el parecido que tenía con el beisbolista Joe
Morgan. Abandonó los estudios y entró en la policía de Torreón. Un día alguien
le dijo Teniente Morgan y desde entonces se le conoce así. Es un hombre brutal,
homofóbico, misógino y que resuelve su vida sexual en los lupanares de Torreón.
Tiene un antiguo Impala con el motor arreglado para devorar kilómetros, come
tacos de suadero y saborea el chamorro de botana. Fuma cigarros Raleigh, usa
botas texanas, gusta de las películas de Mario Almada, bebe cerveza Indio y lee
novelas ilustradas de las que venden en los puestos de periódico, llenas de
erotismo, violencia y romance. Sabe que los policías que trabajan con él son
corruptos y ladrones pero la moral suya no es intachable. Siempre que resuelve
un caso se queda con el botín o extorsiona a los delincuentes antes de dejarlos
ir. Esta es su visión de la vida: “El mundo estaba descompuesto,
irremediablemente descompuesto y él no había nacido para enderezar los miles y
miles de torcidos destinos que habitaban sobre la cáscara del globo. Que se
pudriera todo, que se pudriera más y más al cabo ya estaba podrido y nada se podría
salvar”.
Los
escenarios de sus cuentos son adecuados (callejones, menudearías, bares, table
dances, chiqueros) y, junto con la caracterización de Morgan que va creciendo
historia tras historia hace que los relatos de este volumen formen un todo
unitario.
Aunque
sus escenarios, lenguaje y tema son brutales, al estilo de la narrativa negra,
Muñoz Vargas tiene recursos típicos del relato de enigma. Si en el cuento
ajedrecístico un asesino sale del cine para cometer su crimen y regresa
mientras dura todavía la película para tener coartada, en “A sangre y lodo”,
que transcurre en su parte central en una porqueriza, el matancero sale del
billar cuando todos están embebidos en una apuesta. Va, mata y regresa. Nadie
se dio cuenta porque estaban hipnotizados por el juego. En la última página de
este libro notable hay unas líneas reveladoras de la conciencia que tiene el
autor sobre su trabajo:
Escribí
los cinco cuentos de Leyenda Morgan
entre agosto y diciembre de 2004; ignoro si es prudente señalar que de aquellos
meses a la fecha se ha deteriorado notablemente el estado de la seguridad
pública en La Laguna y, acaso, en la mayor parte del país. Expertos y
diletantes coinciden en afirmar que el principal motor de la violencia sin
orillas es la impunidad. Más allá de lo literario, este libro quiso resaltar a
escala y con algo de sorna aquel virus de nuestra cultura que fue más o menos
manejable hasta hace poco. La desgracia, sin embargo, se ha fugado a estadios
de sicosis en algunas regiones del país, de ahí que el relato policial sea
apenas una caricatura de lo que nos acontece y quién sabe a dónde vaya a
derivar.
Esto
significa que el teniente Morgan, con los recursos que ha trabajado, ya no
tendrá lugar en el mundo de violencia sin cuento que Muñoz Vargas ha visto
nacer.