Creo que supe de Nomádica
desde su aparición. Un ejemplar, el primero, cayó en mis manos y como siempre
pasa en estos casos pensé en sus posibilidades de vida: durará poco,
lamentablemente. Pensé eso porque en general la vida de las revistas suele ser
muy corta. Cuántas no aparecen con ímpetu de gran acontecimiento editorial y se
disuelven al primer hervor, casi como si no hubieran nacido. Les pasa lo que
decía Max Rivera sobre ciertas películas: “Tienen salida de pura sangre, pero
llegada de burro”. Pasados los primeros meses, seguí viendo Nomádica en puestos de periódicos, seguí
leyéndola, y no puedo no confesar que me asombró por tres razones muy
evidentes: porque había sobrevivido a su primera infancia (la etapa más
difícil), porque en cada número mejoraba su calidad en forma y contenido, y
porque su extraña temática comenzaba a parecer de ingente interés para cierto
tipo de lectores.
Fue pasadito el número veinte, si no me engaña la memoria, cuando
un encuentro fortuito con Monsi nos llevó a decidir mi colaboración. Recuerdo
haber felicitado al copiloto de Héctor Esparza, también amigo mío, y allí, sin
más, acordamos una primera colaboración. La verdad fue un espacio que me gustó
desde que los repasé por primera vez, aunque en sus páginas me sentía siempre
un tanto intruso, pues yo vengo y me muevo más en lo literario, en lo
estrictamente cultural, y estar ahora aquí, entre científicos, antropólogos,
ambientalistas y otros expertos me resultó por lo menos extraño. Como pude,
recurrí a mi bagaje —a mi “vagaje” callejero— y de allí fueron saliendo textos
relacionados sobre todo con mi experiencia directa como habitante del planeta.
Reflexioné de todo lo que vemos a diario: la basura, el uso indiscriminado de
plásticos, el descuido de nuestra flora, el conflicto permanente con el agua, los
peligros de la tecnología obsoleta, el maltrato a los animales, en fin, lo que
cualquiera piensa y la mayor parte de las veces no aterriza en el papel, sino
en la conversación de sobremesa.
Dije —insinué— aquí arriba que Nomádica es una revista algo extraña en nuestra región; la mayoría
de las que conocemos y han sobrevivido largo tiempo se relacionan temáticamente
con la política, los deportes o las notas rosas llamadas “de sociales”. Por
ello, ¿qué destino le esperaba a una publicación como Nomádica? ¿Eran viables sus temas en un mercado habitualmente
lejano del conocimiento científico e histórico? ¿Llamarían la atención sus
reportajes sobre nuestras zonas de interés? ¿Habría lectores para sus artículos
sin grilla ni frivolidades del jet set
regional? Con dificultades, casi heroicamente, esta revista fue demostrando
poco a poco que se trataba de un proyecto viable, que, así fuera pequeño, había
del otro lado un público lector sensible a los contenidos vinculados con
nuestros hermosos y casi inexplorados parajes naturales, con nuestras
costumbres de vida cotidiana, con nuestro pasado remoto y cercano. Nomádica ha seguido en pie por eso:
porque ha encontrado a sus lectores y porque algunas instituciones públicas y
privadas han confiado en ella para difundir sus logros de gobierno y sus
servicios.
En resumen, no me queda más que sentir alegría con el arribo
a este número cien. Para Héctor, Monsi y todo su equipo de asistentes y
colaboradores, un abrazo espeso de admiración y respeto. Larga vida a Nomádica: que vengan otros cien.