miércoles, abril 17, 2019

Entre mezcales y gorditas




















Al cuarto para las doce me colé a un viaje colectivo cuyo itinerario era Durango capital y Nombre de Dios, pequeña ciudad del estado alacranero. El tour había sido organizado por el área de desarrollo educativo de la Ibero Torreón a cargo de Alma Rosa Ríos y Gerardo Carrillo, quienes de inmediato me dieron la bienvenida.
Desahogado el pendiente del desayuno, tocamos el primer punto turístico: la Hacienda Ferrería de las Flores, una hermosa casona construida en 1855 que tras pasar por varios dueños a lo largo de casi un siglo y medio fue adquirida hace poco por el gobierno de Durango. Sus habitaciones son ahora albergue de moblaje antiguo y salas de exposiciones; impresiona allí una cúpula en telaraña que además, creo, de frenar el agua de lluvia produce en los días soleados, como el que nos tocó, una atmósfera sombría, medio fantasmal. Se trata de un lugar ciertamente bello, aunque todavía siento algo incompleta su museografía. Terminada esa visita, pasamos al viejo oeste, un espacio creado por las autoridades de turismo para recordar que Durango fue sede de innumerables filmaciones del género western. John Wayne, máximo icono de la modalidad, trabajó muchas de sus cintas sobre sets montados en Durango, así que no está mal sacar raja turística a tan relevante pasado.
Tras descansar, al día siguiente fuimos a la mezcalera Cuero Viejo ubicada en Nombre de Dios. Fue una experiencia enriquecedora. Gracias a un joven experto mezcalero supimos del proceso que demanda esta bebida para llegar al paladar y luego al alma de sus consumidores. Primero nos habló sobre la búsqueda del agave silvestre para luego pasarlo al horno donde transcurre varias horas en cocción; de allí al molino de piedra que macera y saca los jugos, después a su fermentación y al final al destilado y al embotellamiento. En la degustación pudimos entender el sentido casi ritual que puede tener el consumo de mezcal, lo que a muchos nos movió a comprar botellas de diferentes tipos, incluidos los de licores afrutados.
Terminamos el recorrido con gorditas de Nombre de Dios, una verdadera delicia gourmet incluso para los paladares laguneros, que mucho sabemos de estos menesteres. Además, varios compramos conservas, como yo unos tornachiles güeros que de inmediato serán ejecutados en mis desayunos. En suma, un viaje espléndido, me atrevo a decir que inolvidable, tanto que algún día trataré de repetirlo, seguro.