Al cuarto para las doce
me colé a un viaje colectivo cuyo itinerario era Durango capital y Nombre de
Dios, pequeña ciudad del estado alacranero. El tour había sido organizado por
el área de desarrollo educativo de la Ibero Torreón a cargo de Alma Rosa Ríos y
Gerardo Carrillo, quienes de inmediato me dieron la bienvenida.
Desahogado el pendiente del
desayuno, tocamos el primer punto turístico: la Hacienda Ferrería de las
Flores, una hermosa casona construida en 1855 que tras pasar por varios dueños
a lo largo de casi un siglo y medio fue adquirida hace poco por el gobierno de
Durango. Sus habitaciones son ahora albergue de moblaje antiguo y salas de
exposiciones; impresiona allí una cúpula en telaraña que además, creo, de
frenar el agua de lluvia produce en los días soleados, como el que nos tocó,
una atmósfera sombría, medio fantasmal. Se trata de un lugar ciertamente bello,
aunque todavía siento algo incompleta su museografía. Terminada esa visita,
pasamos al viejo oeste, un espacio creado por las autoridades de turismo para
recordar que Durango fue sede de innumerables filmaciones del género western.
John Wayne, máximo icono de la modalidad, trabajó muchas de sus cintas sobre
sets montados en Durango, así que no está mal sacar raja turística a tan
relevante pasado.
Tras descansar, al día
siguiente fuimos a la mezcalera Cuero Viejo ubicada en Nombre de Dios. Fue una
experiencia enriquecedora. Gracias a un joven experto mezcalero supimos del
proceso que demanda esta bebida para llegar al paladar y luego al alma de sus
consumidores. Primero nos habló sobre la búsqueda del agave silvestre para
luego pasarlo al horno donde transcurre varias horas en cocción; de allí al
molino de piedra que macera y saca los jugos, después a su fermentación y al
final al destilado y al embotellamiento. En la degustación pudimos entender el
sentido casi ritual que puede tener el consumo de mezcal, lo que a muchos nos
movió a comprar botellas de diferentes tipos, incluidos los de licores
afrutados.
Terminamos el recorrido
con gorditas de Nombre de Dios, una verdadera delicia gourmet incluso para los
paladares laguneros, que mucho sabemos de estos menesteres. Además, varios
compramos conservas, como yo unos tornachiles güeros que de inmediato serán
ejecutados en mis desayunos. En suma, un viaje espléndido, me atrevo a decir
que inolvidable, tanto que algún día trataré de repetirlo, seguro.