Una larga conversación con Miguel Báez Durán —acaso el escritor que más sabe sobre cine entre nosotros— me llevó a pasear por el recuerdo de las salas que me cupieron en suerte como buscador de películas en el entorno lagunero. Creo que Miguel llegó a la adolescencia cuando la mayoría de las salas eran vejestorios a punto de morir, y por diversas circunstancias tuvo, me refiero a Miguel, quien nació en 1975, pronto acceso a los sistemas de reproducción de video que en un tronar de dedos pasaron del Beta al VHS y luego al DVD, así que quizá no vio tanto cine in situ como mi generación y las anteriores a la mía.
Esa
es la razón por la que al hablar de salas laguneras era previsible que yo averiguara
más. La primera que recuerdo estaba a media cuadra de la casa gomezpalatina en
la que viví hasta los trece años: el cine Elba. Tenía butacas de madera, como
de antiguo andén ferroviario, y allí vi casi todo el cine mexicano de los
cincuenta y sesenta. Son particularmente memorables para mí sus matinés. Por el
precio de la entrada daban tres películas, así que allí vi toda la saga del
Santo, ídolo superlativo de mi generación. En mi pubertad ya me alejaba algunas
cuadras, hasta la plaza principal, donde disfruté de muchísimas funciones en el
cine Palacio; en ese espacio ya predominaban las películas a color, y de ese
espacio recuerdo sobre todo la afición indoblegable de los tarahumaras: sin
falla, siempre había cinco o seis en la última fila, pegados a la pared del
fondo, listos para ver las tandas de películas. A mediados o finales de los
setenta fue inaugurado en Gómez el Continental 70, y fui a la premier: dieron La aventura del Poseidón, churro
inolvidable. También por esa época estuvo de moda el Roma, en la avenida
Madero, cercano a la actual presidencia.
Cuando
mi familia cambió su residencia a Torreón, cambiaron mis cines: de los trece a
los treinta años fui habitual del Comarca 2000, de la Sala 2001 y del Buñuel,
los más modernos. También caí, cómo no, en el Laguna y el Variedades, ambos
ubicados por el sórdido rumbo del mercado Alianza. Más acá, por la zona de la
plaza de Armas, estaban el Princesa, el Modelo y el Nazas; hoy los dos primeros
son estacionamientos y el tercero es el teatro más grande de la región. Un poco
más al oriente estaban el Torreón y el Martínez; el primero es hoy, entre
comillas, una esquina de la nueva presidencia municipal, y el segundo es, por
suerte recuperado, nuestro más bello teatro. Por último, cargado al sur, por el
rumbo de las vías, estaba el Dorado, cine que se convirtió en símbolo de la
lujuria.
De
eso no queda nada. No sé si de los cines actuales quedará algo en el futuro
cercano.