sábado, abril 27, 2019

Sobre cines
















Una larga conversación con Miguel Báez Durán —acaso el escritor que más sabe sobre cine entre nosotros— me llevó a pasear por el recuerdo de las salas que me cupieron en suerte como buscador de películas en el entorno lagunero. Creo que Miguel llegó a la adolescencia cuando la mayoría de las salas eran vejestorios a punto de morir, y por diversas circunstancias tuvo, me refiero a Miguel, quien nació en 1975, pronto acceso a los sistemas de reproducción de video que en un tronar de dedos pasaron del Beta al VHS y luego al DVD, así que quizá no vio tanto cine in situ como mi generación y las anteriores a la mía.
Esa es la razón por la que al hablar de salas laguneras era previsible que yo averiguara más. La primera que recuerdo estaba a media cuadra de la casa gomezpalatina en la que viví hasta los trece años: el cine Elba. Tenía butacas de madera, como de antiguo andén ferroviario, y allí vi casi todo el cine mexicano de los cincuenta y sesenta. Son particularmente memorables para mí sus matinés. Por el precio de la entrada daban tres películas, así que allí vi toda la saga del Santo, ídolo superlativo de mi generación. En mi pubertad ya me alejaba algunas cuadras, hasta la plaza principal, donde disfruté de muchísimas funciones en el cine Palacio; en ese espacio ya predominaban las películas a color, y de ese espacio recuerdo sobre todo la afición indoblegable de los tarahumaras: sin falla, siempre había cinco o seis en la última fila, pegados a la pared del fondo, listos para ver las tandas de películas. A mediados o finales de los setenta fue inaugurado en Gómez el Continental 70, y fui a la premier: dieron La aventura del Poseidón, churro inolvidable. También por esa época estuvo de moda el Roma, en la avenida Madero, cercano a la actual presidencia.
Cuando mi familia cambió su residencia a Torreón, cambiaron mis cines: de los trece a los treinta años fui habitual del Comarca 2000, de la Sala 2001 y del Buñuel, los más modernos. También caí, cómo no, en el Laguna y el Variedades, ambos ubicados por el sórdido rumbo del mercado Alianza. Más acá, por la zona de la plaza de Armas, estaban el Princesa, el Modelo y el Nazas; hoy los dos primeros son estacionamientos y el tercero es el teatro más grande de la región. Un poco más al oriente estaban el Torreón y el Martínez; el primero es hoy, entre comillas, una esquina de la nueva presidencia municipal, y el segundo es, por suerte recuperado, nuestro más bello teatro. Por último, cargado al sur, por el rumbo de las vías, estaba el Dorado, cine que se convirtió en símbolo de la lujuria.
De eso no queda nada. No sé si de los cines actuales quedará algo en el futuro cercano.