Para quienes nacimos hace más de cincuenta años no es tan
fácil asimilar lo que pasó el domingo. Fue un suceso al que por fuerza debemos
hacerle digestión lenta, pues no todos los días se viene encima un banquetazo
con tal cantidad de novedades. Parece un quiebre, un parteaguas que de golpe
nos hace sentir que provenimos de la prehistoria: hace cuántos millones de años
el PRI echaba a andar la aplanadora electoral y con ella dejaba convertidos a
sus opositores en tortilla; hace cuánto la CTM era manejada con mano de hierro
por un vejete de cuyo nombre no quiero acordarme; hace cuánto la CNC cooperaba
con miles de campesinos sólo útiles para el acarreo; hace cuánto vivíamos los
rituales del destape, los fastos de un partido hecho a la medida de la
autodenominada y gandalla “familia revolucionaria”.
Todo eso y más venía desplomándose desde hace décadas pero
parecía que el desplome avanzaba en cámara Phantom. Primero fue el hachazo propinado
por el delamadridismo-salinismo a los políticos de viejo cuño. La llegada de
los “tecnócratas” —palabra que hoy también parece prehistórica— desplazó a
quienes se habían hecho en las bregas del escalafón: antes de ser gobernador,
digamos, era necesario comenzar en la juventud como ayudante C o D de algún
regidor o alcalde de poca monta; si se tenía suerte, habilidad, una alta dosis
de servilismo y buen padrino se podía ascender hasta una diputación, una
senaduría y más. Ese paradigma moroso y funcional cambió en el PRI, partido que
fue asaltado por jóvenes políticos que mezclaban los estudios en escuelas
importantes con ambición, y luego por júniors sólo dotados de colmillos y
amigotes voraces. El PRI volvió pues a Palacio Nacional, pero lo hizo no para
pensar en un renacimiento de largo aliento, sino en una orgía de vaciamiento de
las arcas públicas.
Luego el PAN y el PRD, cada cual a su modo, calcaron
prácticas similares y terminaron casi en las mismas que su modelo. Tras el
debilitamiento de la figura presidencial, no sólo los gobernadores operaron a
sus anchas, sino que también los partidos pusieron de su parte hasta lograr que
la gente los odiara-rotulara con un nombre peyorativo: “partidocracia”. Hoy los
tres partidos atraviesan sus peores crisis y buscan con denuedo a los culpables
para pasarles la factura. Cada uno tendrá, es de suponer, distinto futuro. Creo
que en el PAN habrá lucha encarnizada por el control pero saldrá adelante; el
PRI batallará más porque es una agencia de colocaciones y al haber perdido
espacios no podrá disponer de huesos para su horda habitual; sobrevivirá, sin
embargo, como ha sobrevivido siempre, como la yerba mala. Al que le veo menos chance
de resucitar es al PRD: los Chuchos acabaron con él hace como diez años, pero
se dieron cuenta de esto hasta el domingo pasado.